Este blog está encaminado a facilitar el estudio de las materias anteriormente citadas a alumnos y a todo aquel interesado en la cultura en general. Los temas serán abordados, primordialmente, desde una óptica didáctica.
Interesados, pueden ponerse en contacto conmigo enviando un correo electrónico a docentehistoria@gmail.com
Hoy 14 de Abril, es una de esas fechas que en España no pasa desapercibida. Tanto de una manera grandilocuente, como de manera más subrepticia, se hacen menciones a aquel acontecimiento histórico que marcaría, para bien o para mal, la historia reciente de nuestro país. Como suele ser habitual, el pasado tiene tendencia a ser mitificado e incluido en un imaginario colectivo repleto de joyas mayormente falsas. Y en ese caso, la II República no es una excepción. Motivo aún de fuertes polémicas entre los historiadores y entre la población que no sucumbió a los planes de estudios de los últimos veinte años, creo que es de recibo hacer una mención en mi blog sobre ello.
La situación de España tras la dictadura de Miguel Primo de Rivera se podría definir como confusa. Tras la retirada del general, se abrió un período de incertidumbre política, caracterizada por dos gobiernos provisionales (Dámaso Berenguer y el almirante Aznar) que a duras penas, consiguieron dirigir al país, con la excepción de la convocatoria de elecciones municipales para el 12 de Abril de 1931. Aquel plebiscito popular, en principio, no tenía un carácter vinculante más allá de la representación en las corporaciones municipales, pero por parte de la opinión pública y de determinados sectores políticos, fue considerado como algo más allá, una especie de referéndum de si la monarquía encarnada por la controvertida figura de Alfonso XIII tenía visos de continuar o bien, forzar la abdicación del monarca y proclamar la II República española. La celebración de los comicios desveló que en las áreas rurales, las opciones monárquicas fueron seguidas y apoyadas, pero en la mayor parte de las ciudades de la geografía española, las fuerzas de izquierda triunfaron.
Opiniones para todos los gustos en cuanto al papel jugado por el rey borbón. Para determinados historiadores y especialistas de orientaciones monárquicas, el rey Alfonso XIII buscó la mejor salida para evitar una guerra civil prematura entre españoles, pero para otros, aquel gesto fue una forma de escape de la realidad que se precipitaba sobre un rey desprestigiado por su tibieza durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera y sus intereses económicos en las posesiones coloniales del norte de África. El caso es que Alfonso XIII, el 13 de Abril de aquel año 1931, abdicó del trono de España abriendo así la puerta a una nueva etapa histórica.
El acceso al poder de la izquierda supuso la proclamación de un gobierno provisional liderado por Niceto Alcalá Zamora, ilustre personaje nacido en Cabra (Córdoba), que posteriormente, se vería sustituido por otro famosísimo personaje: Manuel Azaña. En estos primeros compases, lo importante era realizar una nueva Constitución, ya que el último precedente constitucional lo encontramos en 1876, hasta su derogación bajo la dictadura de Primo de Rivera. Y obviamente, aquella Constitución de la Restauración entre muchos de sus rasgos era monárquica, por lo que urgía la construcción de un texto legal constitucional adaptado a los nuevos tiempos. Tras la convocatoria de elecciones constituyentes y un largo debate, la nueva Constitución sería promulgada el 9 de Diciembre de 1931. Esta nueva constitución consideraba España como una república democrática de trabajadores, y suponía una ruptura con la tradición de cartas magnas burguesas precedentes. La Iglesia y el Estado que hasta entonces siempre habían mantenido contactos, se separaban (lo que daría pie al paulatino alejamiento de la Iglesia y su apoyo futuro a los extremos reaccionarios de la derecha). En cuanto al modelo de las Cortes, se apostó por el unicameralismo, siendo el Cóngreso de los Diputados la representante de la voluntad popular, que por fin, podría votar mediante sufragio universal de hombres y mujeres para expresar su opinión. Otros aspectos como el matrimonio civil o la aprobación del divorcio fueron auténticos bombazos para la sociedad española de cerca de mediados de siglo.
El Bienio de Izquierdas (1931-1933). Así las cosas, la Constitución de 1931 suponía el espaldarazo definitivo para el nuevo régimen. La configuración del Congreso de los Diputados había quedado con el PSOE y los republicanos de centro como grandes grupos parlamentarios, a la par que diversos grupúsculos políticos se extendían en el hemiciclo hasta dejar a la derecha española con 48 escaños y arrinconada frente a sus rivales. De esta manera, era obvio que bajo la presidencia de la II República de Niceto Alcalá Zamora y el jefe de gobierno Manuel Azaña, las medidas a tomar por el Ejecutivo serán amplias y muy importantes. Durante el Bienio de Izquierdas (1931-1933), dichas medidas podríamos resumirlas en: -Reforma del ejército: el ejército español tenía como uno de sus múltiples vicios la macrocefalia, es decir, la abundancia de mandos y escasez de tropa básica. Además, muchos de sus mandos eran fieles a la monarquía, por lo que era obvio que se debía emprender algún tipo de medida que mediante jubilaciones, pudiera alejar a dichos mandos de la realidad del momento. Esta reforma fue obra clave de Manuel Azaña, quien él mismo, con la vehemencia que le caracterizaba, sentención que "iba a triturar al Ejército". Aquella reforma no tuvo el impacto deseado. -Reforma laboral de jornada de 8 horas. -Reforma educativa: la tan famosa reforma educativa de la República. Sin embargo, de nuevo, el alcance fue limitado. En cierta forma, porque muchos de los profesores y maestros de por entonces, eran miembros del clero, y pocos profesionales de la educación procedían de un ámbito laico. Aún así, el esfuerzo del gobierno republicano por aumentar el número de escuelas y la dotación de docentes fue encomiable. - Reforma agraria: el mayor fracaso de la II República en sus comienzos. Sus intentos de controlar el área rural, dirigiendo y restringiendo los puestos de trabajo de los jornaleros que movidos por la estacionalidad, tenían como habitual su traslado de unos pueblos a otros diferentes del de su origen, labró la enemistad del campo hacia el gobierno republicano. Sintiéndose traicionados y forzados a un paro fatal, será desde el campesinado donde arranque el principio del fin del llamado Bienio de Izquierdas.
Llegamos por fin a esta larga serie de artículos dirigidos a analizar la evolución histórica de la Nación española, su debatido concepto y las diversas posturas sobre su existencia que han existido a lo largo de los tiempos, y hoy día.
Con la muerte del general Franco, España se enfrentaba a una disyuntiva clásica: seguir con el régimen con la figura de un nuevo general o bien, iniciar un proceso de transformación democrático que consiguiera instaurar en España un auténtico sistema democrático en su historia. El problema en cuanto a lo que se refiere al concepto de España es que se consideraba, por una parte, que la llegada de la democracia daría alas a las pretensiones soberanistas de las regiones del Estado y un debilitamiento del sentimiento nacional, mientras que por el otro, se consideraba lo español como algo rancio, filofascista y anticuado.
Afortunadamente, la democracia consiguió establecerse en el país, gracias a la figura tan fundamental como menospreciada de Adolfo Suárez, quien desde dentro del régimen, operó complicadas maniobras políticas que consiguieron con el tiempo y esfuerzo precipitar los hechos a la muerte de Franco. En conjunción con un sentido del Estado casi inglés, Adolfo Suárez percibió claramente la necesidad de contar con todas las opciones políticas existentes para dar un espaldarazo definitivo a la democracia incipiente, por lo que legalizó el Partido Comunista. Este tipo de audacia poco habitual entre la clase política española hoy dia no era un asunto fácil, y menos en una economía como la española, que se enfrentaba allá por la segunda mitad de la década de los 70 a las consecuencias de la Crisis del Petróleo. Podríamos decir que el concepto de Estado y de nación de Adolfo Suárez prevalecieron y permitieron que España pudiera iniciar un camino por la senda de la modernidad y la seriedad de las democracias occidentales, gracias a la arquitectura de la Transición española, que ha servido y sirve como modelo para muchos observadores de otros países que estaban o están en procesos parecidos (Chile, Montenegro...). Hacía tiempo que España no exportaba nada nuevo al exterior en materia política.
El momento de mayor peligro para la democracia española se registró el 23 de Febrero de 1982, cuando en las Cortes, y al puro estilo de personajes como hemos visto antes como Pavía, irrumpió la Guardia Civil bajo el mandato del teniente Tejero. La intervención del Rey, Juan Carlos I, logró junto a la división de los mandos del Ejército el aborto de aquella intentona golpista. Esto, que fue un episodio de gran inquietud, fue una reválida por la que España demostró estar integrándose por la senda de la democracia. Años más tarde, en 1986, España ingresaría en la C.E.E, siendo país miembro junto a Portugal. Esto permitió que la economía española ingresase por sus baratos costes de producción y su abundante mano de obra, en un proceso de reconversión de todo su modelo económico, al que habría que sumar la llegada en forma de Fondos de Cohesión y Estructural (FEDER...) de un gran caudal de dinero que permitió emprender ambiciosos programas de construcción. Así, se iniciaron múltiples vías de comunicación que permitieron paliar el tradicional problema español de la cohesión territorial por medio de las comunicaciones. El año 1992 fue el año en el que España mostró al resto del mundo mediante la celebración de la Exposición Universal de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona una imagen moderna y dinámica, que arrastró consecuencias positivas inmediatas para nuestro país.
Sin embargo, todo esto que os comento sería la visión económica que en un país lógico traería prosperidad, y cuyos problemas serían los normales y saludables en un sistema democrático cualquiera. No sería completo nuestro análisis del concepto de España sin analizar antes la pieza fundamental del ordenamiento jurídico y territorial de España.
La Constitución de 1978 es hasta la fecha la carta magna que por más tiempo se mantiene en vigencia en la historia española. No es una Constitución perfecta (si es que se diera el caso que hubiera alguna), pero estableció un marco legal que inspirado en principios y lo más posiblemente ecuánime (obedeciendo al clima político de la Transición) es la referencia de la vida cotidiana de los españoles.
Artículo 1. 1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. 2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. 3. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria. Artículo 2. La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.
Como podéis observar, en el artículo 2, se contempla la indivisibilidad de la nación española y ofrece el principio del Estado de las Autonomías. En atención a las "realidades históricas" existentes en España, la Constitución ofrecía una posibilidad para que las regiones de España pudieran constituirse como Comunidades Autónomas y configurarse mediante Estatutos en su ordenamiento interno derivados de la Constitución (lo que obligaba a respetar los principios fundamentales de la Carta Magna). Por esto, en los últimos años, las regiones españolas soberanistas, como Cataluña o País Vasco, han iniciados desde sus élites políticas independentistas o autonomistas procesos de diferenciación respecto del Estado Español apoyándose en principios como la finanación intercomunitaria, caballo de batalla siempre cuando los jefes políticos de las Comunidades Autónomas se reparten los fondos del Estado dedicados al mantenimiento de la arquitectura autonómica. Así, el Plan Ibarretxe (año 2004) contemplaba la posibilidad de un País Vasco como Estado independiente asociado a España, o la polémica del Estatuto de Cataluña (2006) y la consideración de si Cataluña era una Nación que dio lugar a polémicas interesantes sobre si España era una "nación soberana" como se recogía en la Constitución de 1978 o si bien, era una "nación de naciones", como comentó el presidente actual.
Lo cierto y verdad es que si bien el sistema de las Comunidades Autónomas era una vía intermedia entre el centralismo de Madrid y el federalismo, con el tiempo, el sistema ha ido degenerando hasta la actualidad, siendo hoy objeto de debate económico muy acalorado por cuanto el sistema de financiación que emanan de los Presupuestos Generales del Estado y las partidas presupuestarias de éste posee deficiencias serias en cuanto a eficiencia y ahorro (como expresó recientemente el presidente del Banco de España).
Un historiador se preocupa por el pasado, lo estudia, interpreta y llega a una conclusión. También procura comprender el presente, analizar sus raíces históricas y así entender los aspectos claves de la sociedad y la civilización en la que vive. Sin embargo, el futuro, es una nebulosa demasiado complicada como para aventurarse a definirlo. Sin embargo, el historiador dispone de instrumentos basados en la cambiante realidad que le pueden hacer considerar diversas opciones por las que pueden discurrir los acontecimientos.
Ciertamente, la concepción de España está sometida a un fuerte debate, aún más por la crisis económica por la que pasamos. La actuación del Gobierno central y su política territorial actual somete a debates continuos la entidad de la Nación española, y su incapacidad para tomar decisiones y directrices sólidas, efectivas y unidireccionales otorga un amplio margen de acontecimientos que podrían ocurrir. La asunción de cada vez más competencias por las Comunidades Autónomas llega en ocasiones incluso a afectar a principios recogidos en la Constitución de 1978 tales como la diplomacia o la gestión de aspectos claves como la gestión de aguas o el tráfico aéreo, ya sea de manera directa o indirecta. Así mismo, la instrumentalización política del concepto de España, junto a la indolencia de la sociedad española, ofrecen continuamente una imagen de debilidad, transformación y relativismo que en nada contribuyen a mejorarla. El último incidente por la integridad del suelo español tuvo lugar en el ridículo episodio de la Isla Perejil, que reflejó en la misma sociedad española dos vertientes, dos Españas: dejar aquel gesto de Marruecos de posesionarse de una propiedad española sin respuesta o bien, considerarla como una agresión casi precedente de una invasión.
Sin embargo, el aspecto más trágico de España es haber olvidado, fruto de la prosperidad y el desarrollo económico, su propia realidad y su historia. Nadie recuerda ya que España durante los años 80 disponía de una economía y un mercado laboral similar a los de los países del Este como Rumanía o Bulgaria en la actualidad. Nadie fue consciente desde cualquiera de los Gobiernos de la democracia de crear un tejido industrial y labora lo suficientemente rico con las ayudas europeas para dotar a nuestro país de una competencia productiva lo suficientemente fuerte como para garantizar su prosperidad más allá. Todo lo contrario. La especulación y la tan desgraciadamente famosa "cultura del pelotazo" hicieron de la sociedad española una sociedad terciarizada económicamente que depende del exterior para su desarrollo. Eso, realmente, es lo que configura un Estado, una Nación. Debido a este clima de indolencia, España afronta una crisis económica con casi cinco millones de parados, con un mercado laboral reformado claramente negativo para el trabajador, una incapacidad manifiesta de iniciativa empresarial en el marco de la ausencia de ayudas efectivas y rentabilizadas del Estado y un panorama cultural desolador. Un país con un sistema educativo fragmentado en diecisiete subsistemas diversos, basado en un igualitarismo sectario que fomenta esa mediocridad que hoy día podemos observar encendiendo la televisión.
En fin, espero que esta serie de artículos sobre España y su evolución histórica os hayan sido de provecho e interesantes. Os dejo de nuevo con los magníficos actores de Mundoficción, que bajo la sorna y la guasa sevillana, dejan caer un discurso desolador y mordaz de la realidad de nuestro país.
La Guerra Civil fue el fin de la segunda experiencia republicana en España. Una Guerra Civil que como todas las que han existido, existen y existirán, fue una confrontación entre compatriotas que dio como resultado un bando vencedor y otro vencido. Una Guerra Civil, que en el caso de España, ha sido un elemento traumático en la mentalidad de los españoles, como un recuerdo marcado al rojo vivo tanto para los de una parte como para los de la otra, referente aún hoy para generaciones que no vivieron ni la confrontación, ni la posguerra, ni las carencias de los primeros años del Franquismo. También, la Guerra Civil ha sido un divisor de aguas en cuanto a la concepción de España, que es de lo que trata nuestro artículo, ya que la asunción por un bando de ser el Salvador de la patria, y la contrariedad que trae el odio a lo considerado patriótico del vencido, han configurado hoy día en España dos formas muy diversas de concebir la nación.
Como he dicho antes, no es objetivo del artículo analizar la Guerra Civil, pero sí cómo ha afectado tanto la guerra como la dictadura militar de Francisco Franco a la visión de España entre la ciudadanía. En primer lugar, la victoria del bando nacional fue el cúlmen de un crisol ideológico gestado a fines de la II República, cuando el Ejército, por detrás de toda la parafernalia política, preocupado por la integridad territorial de España, comienza a sentirse inquieto y mueve piezas que conducen a un discurso salvador. Un discurso que aboga por las raíces históricas de España, basándolas en el catolicismo y el militarismo. Esto fue lo que en un principio conllevó a que el movimiento nacional fuese considerado fascista, aunque dentro de sí fuera una amalgama de posiciones reaccionarias, extraconservadoras, conservadoras, fascistas y monárquicas. La visión de "Una, Grande y Libre" resumía dentro de sí los deseos de una parte de la población española por conservar la unidad del territorio, en peligro por los arrebatos nacionalistas y las concesiones de Estatutos de Autonomía o proyectos de ellos. Mientras, en el bando republicano, la fuerte división interna de dicho bando fue la semilla del desastre, desde varias ópticas. La consideración de que la República para ser tal debía ser de izquierdas o de que podría ser una plataforma para alcanzar la Dictadura del Proletariado, entre muchas otras opiniones, habían conducido a una radicalización de posturas, que junto a la que registraba la derecha, llevaban inevitablemente a la Guerra Civil.
La victoria de las tropas nacionales el 1 de Abril de 1939 supusieron el comienzo de una dura etapa para España. La posguerra, mezcla de carestía, pobreza y hambre, se cebaba sobre un país que previamente no era precisamente un país moderno. Sus exiguas infraestructuras y su pobre tejido industrial fueron duramente atacadas por el espectro de la guerra. En esos momentos, en Europa se desataba la II Guerra Mundial, con el triunfo espectacular del fascismo sobre el Viejo Continente. España, al término de la confrontación mundial, quedó fuera del juego internacional debido a su régimen dictatorial, reducto de las que habían sido las dictaduras fascistas mediterráneas (España, Italia, Grecia...). Por otra parte, el exilio de una pequeña parte de la población española había reforzado la visión negativa exterior del país.
Ciertamente, la primera etapa del Franquismo conocida como "autarquía" buscó el refuerzo de las industrias españolas y la economía en general, pero fue un desastre mayúsculo. Franco reaccionó echando del Gobierno a Falange e introduciendo en éste al Opus Dei, iniciándose así el "Desarrollismo". El desarrollismo obligó en sus primeros tiempos a que muchos españoles emigraran por cuestiones de trabajo al exterior, siendo fuente de ingresos para la debilidad balanza de pagos española. En cierta manera, esto junto a otros factores (conveniencia de EE.UU de tener un aliado fuerte en el Mediterráneo para evitar el avance del comunismo) propiciaron que España se convirtiese en la séptima potencia industrial del mundo.
Finalmente, la dictadura de Franco, con su sobredosis de nacionalismo exarcebado, provocó un electrocircuito en la mentalidad colectiva española. La necesidad de tiempos de cambio y libertad condujeron a una visión de lo español y de España como algo franquista, fascista y fuera de tiempo. Lo veremos con más detenimiento en un próximo artículo (y final).
El fin del siglo XIX trajo consigo el desastre de Cuba y Filipinas, lo que significaba que el Imperio español que dominó el mundo durante dos siglos había desaparecido finalmente. Ahondar en las causas que condujeron a esto sería demasiado largo y farragoso de explicar en lo que, os reitero, pretende ser una síntesis de la historia de España. Lo que sí me interesaría destacar es que "El Desastre", como se conoció por entonces, repercutió en la vida social, económica, política y cultural de España de manera formidable. En lo que nos incumbe ahora, el concepto de España como nación se sometió a un duro debate que aún hoy está presente.
Para ilustraros sobre el antes y el después de lo que representó Cuba, os recomiendo "El Árbol de la Ciencia" de Pío Baroja. En dicha obra, se muestra a una sociedad como la española ensoberbecida por una extinta gloria que creían viva, despectiva ante los americanos y su potencial bélico (de quienes se decía que iban a la guerra en pijama). Los hechos demostraron varias cosas. A nivel internacional, que el peso de España era escaso en los principales foros internacionales. EE.UU, siguiendo la Doctrina Monroe, había iniciado un tiempo atrás una política de acoso y derribo de los restos imperiales de las potencias europeas en América del Sur, alegando que "América es para los americanos" (el problema es que no sabemos exactamente a qué se refería por Americanos). A pesar de rechazar varias ofertas, España sabía perfectamente que EE.UU tarde o temprano se haría con Cuba y sus plantaciones de azúcar, cuya producción era la mayor del mundo y muy apetecible para la industria americana. A nivel nacional, El Desastre supusó el colofón de todo lo que se consideraba malo y negativo de ser español, como el cúlmen de la decadencia y la decrepitud iniciados en el siglo XVII. En buena parte, los nacionalismos y regionalismos que habían despertado en Cataluña o País Vasco basaron su estrategia en apoyarse en los hechos acontecidos en el Caribe para demostrar por qué razón ser español era algo que rozaba con la estupidez y lo rancio.
Como consecuencia de lo anterior, la élite política española de aquel tiempo reaccionó acusando al régimen de la Restauración como principal causante de lo ocurrido en Cuba y Filipinas. Así las cosas, el Regeneracionismo se presentaba como un intento de cambio y de paso, la imagen del Estado y la política española. Un intento que se mostró fútil, pues la maquinaria del bipartidismo y los mecanismos por los que se mantenía el régimen terminaron engullendo aquellas buenas intenciones de Costa y sus seguidores.
La política internacional, ya a principios del siglo XX, marcaba nuevos vientos en los que España poco o nada tenía que ver. Sin embargo, su papel estratégico en la entrada del Mar Mediterráneo, junto a su cercanía a África, hicieron de ella un relativamente importante aliado para menesteres entre las grandes potencias. Así las cosas, España retomó una política imperialista figurando como Estado Tapón en el juego de intereses colonialistas en África. Un papel centrado especialmente en el Río de Oro y en la gestión de plazas fuertes situadas al norte del Magreb, como Tetuán o Tánger. Las Guerras Africanas supusieron un desgaste continuo para España, sobre todo a nivel interior, a causa de la injusticia social que suponía el servicio militar obligatorio por quintos que, corrupto, suponía que los reclutas de origen acomodado podían abandonar su obligación a cambio de una módica cantidad de dinero. Eso había sido junto a otras causas las que precipitaron un malestar social tan intenso durante las dos primeras décadas del siglo XX en España que aún hoy día se recuerdan, como fue la Semana Trágica de Barcelona de 1909. Poco a poco, el Ejército español, que durante el siglo XIX se había erigido como el garante del liberalismo para gradualmente transformarse en el vigilante de la Patria, aparecería como una fuerza latente que por un lado era reclamado para poner orden en la sociedad de aquel tiempo y por otro, visto como una forma de opresión en la que se añadían connotaciones de centralismo represor, españolista y uniformista.
El papel de la monarquía de Alfonso XIII a ojos de la sociedad española de entonces estaba en franca degradación. El golpe de Estado de Primo de Rivera y la disposición del rey a aceptar dicho golpe, habían sido los últimos puntales que se necesitaban para que a fines de la experiencia de la dictadura de Primo de Rivera hubiese un deseo de cambio real. Por otra parte, el período de gobierno dictatorial supuso un lapso de tiempo de relativa paz social y de tranquilidad. Al amparo de la dictadura se crearon numerosas empresas nacionales (Renfe, Campsa...), en el ámbito exterior el desembarco de Alhucemas había sido todo un éxito en 1925 y finalmente, las Exposiciones Universales de Barcelona y Sevilla en 1929 habían sido un escaparate hacia el exterior que supusieron cambios en la morfología urbanas de ambas ciudades.
Como apunté antes, la monarquía tras la retirada de Miguel Primo de Rivera fue objeto de una caída en barrena en cuanto a valoración social. Los Gobiernos Provisionales de Dámaso Berenguer y el almirante Aznar dieron paso a la celebración de elecciones municipales que se habían convertido básicamente en un referéndum entre Monarquía o República. La victoria en las urnas el 12 de Abril de 1931 de la República obligaron a Alfonso XIII a abandonar el trono español. El 14 de Abril, la II República Española fue proclamada.
No es cuestión baladí analizar la Constitución de la II República española. En 1873 existía un proyecto de Constitución de la I República, de corte claramente federalista, pero que por los motivos que analizamos en el artículo anterior, no se pudo promulgar. Así que la Constitución de 1931 nos servirá para analizar el nuevo concepto de España, contenido en el artículo I de dicha Carta Magna. En ella España es " República democrática de trabajadores de toda clase", conceptos todos que recogen la tradición izquierdista de considerar a la nación al conjunto de trabajadores. Recordad que en 1812 se consideraba español a todo aquel que habitase dentro de las fronteras del reino español tanto en el hemisferio Norte como el Sur, pero ahora, se especifica que antes de ciudadano, se es trabajador. Si proseguimos un estudio superficial de dicha Constitución asistiremos a la vertebración territorial de España, establecida en base a Municipios que mancomunados formarían las provincias, y aquellas regiones con autonomía reconocida. Ojo a esta cuestión última: se abría así paso a la posibilidad de que regiones de España tuvieran un reconocimiento a hechos diferenciales de bases históricas, sociales o culturales por medio de un tratamiento jurídico y legal diverso al resto del territorio español. Es por esto que en 1932, el Estatuto de Cataluña o Estatut de Núria, fue el primero reconocido por el Estado español y abría la senda autonomista en nuestro país (existiendo un precedente de proyecto de Estatuto en 1919).
El siglo XIX español es la pesadilla del alumnado que cursa historia en 4º ESO e Historia de España en 2º de Bachillerato. La razón reside en la complejidad de los hechos históricos que ocurren en esa centuria, la rapidez en la sucesión de sistemas políticos y alternancias de poder y el carácter incompleto de muchas de sus obras legislativas, económicas o sociales (como se puede comprobar en la variedad de Constituciones promulgadas en estos tiempos). Esto se debe a que el siglo XIX español es un siglo de cambios y experimentaciones, propias de un país que alejado de las prácticas parlamentarias como el Reino Unido un siglo o dos antes, se había visto abocado a hacer un camino largo en poco tiempo, obligado por una guerra feroz en su suelo, como resultado de la invasión francesa en 1808, como punto de partida.
Como ya habréis podido leer en varios artículos de este blog, la Guerra de Independencia ha sido tomada por los historiadores españoles como el pistoletazo de salida que marca la entrada de nuestro país en la Contemporaneidad. Como podréis suponer, no era un contexto propicio para cambios de ningún tipo. Cierto es que el poder de la monarquía de Carlos IV y la fama de su familia y todo el entramado administrativo cercano, repleto de hechos vergonzosos, ilógicos e historias propias de un programa cualquiera de prensa rosa, había desgastado mucho la percepción que el pueblo español disponía de sus dirigentes, pero no penséis que eso era sinónimo de afán de cambiar las cosas.La cultura mental de aquel tiempo imponía que la mayor parte de la población, agraria e inculta, era ajena a una realidad lejana para ella como la política, mientras que la minoría intelectual era afecta al poder de una manera u otra. Así que con la llegada de los franceses, con previa abdicación de Carlos IV en su traicionero hijo Fernando VII, supuso en España la oportunidad para que una parte exigua de su burguesía procurase cambiar las cosas. Próximamente, en 2012, celebraremos los doscientos años de la existencia de la primera constitución española, conocida como "La Pepa", por promulgarse el día de San José. No me extenderé en detalles, pero digamos que fue la piedra de toque del liberalismo español, y una bandera para luchar contra el Absolutismo monárquico. Sin embargo, la debilidad de aquel proyecto político liberal en España representado por las Cortes de Cádiz radicaba en que el rey legítimo, Fernando VII debía rubricar y sancionar la Constitución para garantizar el éxito de sus medidas.
Bien sabido es el papel pernicioso que Fernando VII ejerció en la política española. Aunque como para todo, hay opiniones, sí podemos decir que hay cierta unanimidad entre los historiadores españoles para percibir el reinado de este monarca como nefasto. Tras traicionar a los liberales españoles con el Manifiesto de los Persas (en el que el rey declaraba su resolución de no aceptar ninguna ley superior a la suya propia, a pesar de que poco tiempo antes había declarado que caminaría el primero por la senda de la Constitución), desencadenó una brutal política de represalia que duraría con salvedades hasta su muerte en 1833.
Incluso antes de morir, Fernando VII dejó la semilla de un nuevo conflicto en España. Si ya la Guerra de Independencia había socavado y reducido la exigua capacidad productiva del país, las Guerras Carlistas serán un problema interno que aunque quizás más en la Primera de sus tres ediciones, seguirá acuciando a la política española. De un lado, los liberales se alían con la regente Maria Cristina (nada liberal, por cierto) apoyando los derechos de su hija Isabel II amparándose en la Pragmática Sanción, y por otros, el absolutismo reaccionario del infante don Carlos María Isidro, tío de la niña Isabel, que se rodeó de los elementos más extremos del Antiguo Régimen español. Abreviando, podríamos indicar que gracias de nuevo a un conflicto, el liberalismo español proseguiría su camino, ya que hasta la subida al poder como regente de Espartero, las medidas liberales irán aplicándose como buenamente se podía. En el marco de este momento histórico (me refiero a las décadas de los 30 y 40 del siglo), se desarrolla la famosísima desamortización de Mendizábal.
La llegada al trono de la no menos nefasta Isabel II supuso el apoyo de la monarquía, al principio de manera sutil, y finalmente más clara, hacia la opción del liberalismo doctrinario conservador, bajo el liderazgo del espadón Narváez (del que escribí un artículo hace unos años en este blog). Así las cosas, era de esperar que la alternancia en el poder no se hiciera de una manera democrática, sino que a base de conflictos internos y golpes de Estado militares o pronunciamientos, los liberales progresistas pudiesen alcanzar el poder. Como el objetivo de este artículo es proporcionaros una síntesis, digamos que los diversos episodios de alternancia en el poder de las dos opciones políticas españolas daba como resultado que muchas de las medidas que se emprendían durante una legislatura eran cortadas y sustituidas por otras completamente diferentes del nuevo gobierno entrante, y así sucesivamente.
El desprestigio de la monarquía, atacada ya claramente desde el progresismo y el conservadurismo a finales de la década de los 60, acarreará un golpe de Estado que bajo el mando del almirante Topete, triunfa en 1868 y obliga a la monarquía borbónica a abandonar el país. El general Prim, poco más tarde, tendrá que buscar un nuevo inquilino para el trono español, y aunque con grandes dificultades, lo encontrará en la figura de Amadeo de Saboya. Sin embargo, este rey no duró mucho más de un año en su cargo y abandonó. Eso precipitó la experiencia republicana en España, la Primera.
Fijaos bien. Empezamos el siglo con una monarquía absoluta y no lo hemos terminado aún y observamos una República. Esos bandazos tan españoles se comprueban incluso en la política...
La República en España tiene un halo de misticismo ridículo. Y es demostrable históricamente que ambas fueron un fracaso. Ambas llevaron al país a una situación económica, política y social muy grave, y ambas terminaron con golpes de Estado que trajeron consigo regímenes más represores. En el caso de la I República española, encontramos una cuestión que hoy día se repite: el poder de los nacionalismos denominados periféricos y el concepto de España. Vale la pena pararnos un poco y analizar el tema, porque aquí se trata el tan manido y ajado tema de debate: ¿qué es España?.
Dentro de la I República se observaron varias concepciones de lo que debía ser no sólo el régimen político español, sino su proyecto como nación. Lejos quedaba el hecho de que ser español era vivir en ambos hemisferios bajo el poder de la Corona, como se recogía en el preámbulo de la Constitución de 1812. Los movimientos emancipadores en América habían destruido esa concepción y ahora era necesario buscar otros motivos para ser denominado español. Con el concepto del presidente de la República Pi y Margall, la cosa se complicó. Este mandatorio de las Cortes Republicanas tenía una concepción federalista de España, como territorios autogobernados e independientes entre sí pero unidos por aspectos comunes bajo una administración central que los unificara. Ese concepto se demostró erróneo y perjudicial. Si alguien quiere debatirlo, le remito al fenómeno del cantonalismo. La desintegración del poder central y de las instituciones junto a un Congreso de los Diputados que era un crisol de posturas diferentes y contrapuestas entre sí (siendo por tanto incapaz de tomar medidas eficaces como conjunto) provocaron que el sueño federalista se convirtiese en un esperpento terrible. Los grandes núcleos de población se autoproclamaban independientes y esgrimían razones que aún hoy día nos vienen al pelo por su cotidianeidad.
Este episodio lamentable obligó a una fuerte represión por medio del Ejército, pero la experiencia republicana estaba herida de muerte. Poco más tarde, el general Pavía dará por concluida dicha experiencia entrando a caballo en el Congreso de los Diputados y clausurando sus sesiones. En 1874, Martínez Campos desde Sagunto da un golpe de Estado que facilita la vuelta de los Borbones a España patrocinada por Antonio Cánovas del Castillo.
Dejamos a España en los siglos imperiales. Como decía el vídeo que os puse, España había sido el reino que había apostado por apoyar la empresa de Cristóbal Colón, y aquel riesgo, fue compensado con una hegemonía mundial inesperada. Las primeras exploraciones de Colón y las posteriores expediciones de exploración primero y conquista después fueron consecuencias lógicas desde un punto de vista psicológico de la mentalidad de conquista y cruzada que habían teñido las últimas páginas de la Reconquista peninsular. Es por esto que hidalgos, pequeños nobles procedentes de familias venidas a menos y aventureros, decidieran probar suerte y embarcarse hacia tierras extrañas. Así aparecieron figuras como Vasco Núñez de Balboca, Ponce de León, Hernán Cortés o Francisco Pizarro, que para bien o para mal, marcaron el devenir histórico de aquellas tierras conocidas entonces como Indias, hoy América.
España ejerció una labor de correa de transmisión de las riquezas procedentes de América. Casi la práctica totalidad de las mercancías de ultramar (café,azúcar,cacao,tabaco,maíz...)y de las remesas de metales preciosos debían hacer parada obligatoria en el puerto de Sevilla. Esta ciudad, que en un principio, no disponía de atractivos estratégicos para el comercio con Indias (me remito en esto a don Antonio Domínguez Ortiz), tuvo que competir con otros puertos mejor colocados como La Coruña o Cádiz. Sin embargo, su posición interior en un río poco navegable como el Guadalquivir propiciaron que durante un siglo y medio, Sevilla fuese la capital del mundo, casi como Nueva York hoy día. La llegada de oro y plata a la economía europea, escasa hasta entonces de estos metales, y con poca circulación de moneda por tanto, supuso una revolución de precios que estudiada por diversos autores, promovió el desarrollo de las primeras fórmulas de capitalismo, que no analizaré ahora. Quedémosnos por tanto con que el corazón económico de Europa, y quizás, el progreso y avance de las sociedades europeas se encontraba en España. Pero como suele ser habitual en este país, España había sido un reino que no había aprovechado bien ese canal de riquezas, pues no estimuló una industria propia y debido a las guerras y otras obligaciones, el oro y la plata salían del país hacia los bancos italianos, genoveses y alemanes.
Mientras tanto, España, en Europa, fiel defensora del catolicismo, realizó una política de guerras que a la larga sería la herida mortal por la que el Imperio desaparecería. Estas guerras largas, agotadoras y lejanas se iniciaron por la ortodoxia católica de Felipe II, y excepto con las treguas de Felipe III, fueron continuadas con Felipe IV, ya mezcladas eso sí con motivaciones políticas y territoriales. Sin embargo, el papel del ejército español a través de sus gloriosos Tercios hacían de España el poder militar más poderoso de su época. Ya dedicaré un estudio a los Tercios. Este prestigio militar se vería quebrado cuando en Rocroi, las tropas francesas venciesen a los tercios españoles, invictos en un siglo y medio de guerras terribles. Los posteriores tratados (Westfalia y Pirineos) marcarían el fin del poder diplomático español.
A la par que esto ocurría, asistimos a una controversia interna en las fronteras españolas. Felipe II dispone de un poder centralizado cada vez mayor y eso va chocando con las instituciones que los reinos o Españas en los que se divide el país tienen. Famoso es el suceso de Antonio Pérez, secretario del Rey, quien huyó a Zaragoza huyendo de la ira de Felipe II y condujo a éste a asediar la capital maña contraviniendo las leyes y la figura del Justicia Mayor. Esto, no sólo quedará aquí. El Conde Duque de Olivares, años más tarde, preveyendo que el Imperio no se podría mantener sin un ejército organizado y regular, en la que todas las Españas tuvieran parte, intentó sin éxito un sistema de levas que sumado a otras causas, conduciría en Cataluña a un levantamiento campesino durante el Corpus, que será la baza que entonces y aún hoy cierta parte del pueblo catalán esgrime como hecho diferencial respecto de España. No deja de ser curioso que durante un tiempo, Cataluña estuviese bajo la protección del Delfín de Francia tras estos sucesos y que al comprobar los principios del absolutismo que el heredero al trono francés manejaba, abandonase dicho amparo.
Siglo XVIII. El desastre del reinado de Carlos II y su falta de descendencia precipitará la Guerra en España, convirtiendo lo que era una potencia de primer orden en otra de segundo orden en el concierto internacional de la época. España pasaba de ser el poder hegemónico que intervenía en las políticas y destinos de otras naciones para que en esos momentos, sus enemigos tradicionales como Inglaterra o Francia dirimiesen quién sería la nueva dinastía que regiría en el país. Al menos, España logró controlar y mantener sus posesiones ultramarinas, pero también perdía territorios como Mallorca (recuperada más tarde) o Gibraltar (origen de otro de los problemas actuales de nuestro país).
Finalmente, la entrada de los Borbones a principios del siglo XVIII con la figura de Felipe V de Borbón marcará un antes y un después en la percepción que desde el poder se tendrá de la configuracion del país. Si bien los Austrias fueron sensibles a las posibles diferencias entre los reinos, con los Borbones esto no fue así. Sucesores de una tradición absolutista en la que el Rey tiene todo el poder sin cortapisas en forma de fueros o tradiciones arraigadas, Felipe V a través de los Decretos de Nueva Planta decidió establecer uniformidad en el solar español. Gracias al apoyo de sus partidarios castellanos, Felipe V estableció las leyes castellanas como universales, al igual que la lengua y otros usos y retiró las costumbres y fueros de las diversas zonas de España. En el aspecto de la política exterior, la dinastía de los Borbones traerá una política de amistad por lazos familiares con Francia (Pactos de Familia) y una cierta regeneración del poderío naval español, aparte de ciertas prácticas del despotismo ilustrado encarnado por el rey alcalde Carlos III. Pero esa tendencia se vio frenada a fines del siglo. En 1789, subía al poder Carlos IV.
Y 1789 no es una fecha cualquiera.
Seguiremos en otro artículo.
PD: Lo siento, pero tengo que dejaros esta marcha de Semana Santa Sevillana, sobre todo para aquellos que no la hayáis escuchado nunca y que sois de fuera de España. Espero os guste.
España es una de las naciones más antiguas de Europa y posiblemente se encuentre dentro de esa misma categoría a nivel mundial. Esta afirmación, muy extendida, es errónea.
La nación española no es tan antigua como se pretende. La nación española aparece en 1812, con la promulgación de la primera constitución en Cádiz, ya que gracias a esta Ley Fundamental, se crearon las bases de España como Estado y Nación modernos. Es por esto que no debemos buscar en épocas previas antecedentes de una nación española. Sería un contrasentido histórico, ya que nuestro concepto de nación, el que se desarrolló durante el siglo XIX y XX, arranca desde las convicciones morales y legales procedentes desde la Ilustración, en base a principios clave como la soberanía nacional y la división de poder, y la Revolución Francesa, como "Los derechos del Hombre y el Ciudadano", recopilación legal de derechos y deberes de los ciudadanos que conformaban una nación y no como súbditos que formaban parte de un reino. Si queremos hablar de una España Imperial, o de la España Medieval, tendremos que tener muy en cuenta que no hablamos de una nación, sino de un reino, que ya fuese más unificado o descentralizado, siempre dispuso de un protagonismo histórico indudable.
Hecha esta necesaria aclaración, me dispongo a haceros un breve retrato de cómo ha sido en líneas generales la evolución de España hasta ser nación en 1812. En tiempos antiguos, la conformación de un Estado con instituciones y administración plenamente funcionales, lo encontraremos en la dominación romana, que entre sus muchos parabienes por todos conocidos, trajo a nuestras tierras la noción de Estado.Al amparo de Roma, se levantaron infraestructuras que contribuyeron a asentar las primeras vías de comunicación de larga distancia en la Península, como la Vía Hercúlea o la Vía de la Plata, se crearon redes de suministro y abastecimiento de agua (acueductos) y se fundaron ciudades o se reformaron otras antiguas procedentes de las sociedades prerromanas. Todo esto, aunado a la implantación de una Administración centralizada y un cuerpo legal claro, dieron lugar a la configuración no de España, pero sí de las provincias que se encontraban en su solar, es decir, provincias como Baética, Gallaecia, Tarraconense...La caída del Imperio Romano y la entrada de los pueblos germánicos haría posible la llegada de los visigodos, quienes traían consigo una cultura rudimentaria y básica, que les hizo ver la necesidad de mantener como se pudiese las viejas instituciones romanas. Sin embargo, la inestabilidad de la corona visigoda y las prematuras muertes de sus reyes a causa de intrigas y mortales disensiones internas propias de jefes tribales, condujeron a que el concepto de un reino unificado, al menos territorialmente, que había logrado Leovigildo con la expulsión de los bizantinos y la dominación de otros pueblos como los suevos fuese al traste.
Los siglos medievales trajeron a España una dicotomía que a la postre y con el tiempo, en el pasado siglo XX, dieron lugar a fuertes polémicas. De un lado, el maestro don Claudio Sánchez Albornoz, que en su parecer, la "esencia" del pueblo español iba ligada a los devenires históricos de los reinos cristianos, mientras que para el filólogo Américo Castro, los invasores musulmanes eran también españoles y que por tanto, la cultura mixta hispanoárabe era un producto tan español como cualquier otro. Ni que decir tiene que las teorías de Castro hoy en día tienen un amplio apoyo institucional y político, pero históricamente, las bases de sus teorías aún son fuertemente contestadas y discutibles.
Lo cierto y verdad es que en los reinos cristianos peninsulares la entrada del Islam y la invasión habían sido motivo para que una vez consolidada su posición de resistencia, se desarrollase el "Ideal de Restauración Neogótico", consistente en la recuperación de España. Ese ideal vertebrará la Reconquista, que supuso no sólo reconquistar las tierras perdidas, sino una Repoblación fundamental de los territorios y la restauración de la cultura cristiana, aun con las mixturas culturales propias de la época (caso del arte mudéjar). Os llamo la atención sobre este aspecto, porque va a explicar el devenir histórico de España en los siglos venideros.
Durante casi ocho siglos, los Reinos Cristianos percibieron la vida como una constante situación de peligro. La guerra era una forma de vida, la lucha y la conquistar un medio económico y eso aunado a la Fe Católica, configuraron en España un sentimiento de cruzada que será el que empuje a los reinos peninsulares, en mayor o menor medida, al avance territorial. Siento decir esto, pues puede lesionar sentimientos nacionalistas, pero todas los reinos peninsulares desarrollaron esto que digo, y si necesitáis ejemplos, no tendríamos más que referirnos a los almogávares de la Corona de Aragón que se buscaban la vida como mercenarios más allá de las fronteras de su reino cuando éste concluyó la reconquista.
Así las cosas, los Reyes Católicos supusieron la primera unidad de España.¿Cierto? No. La unificación de las Coronas castellana y aragonesa no fue en ningún momento territorial. De hecho, las distintas partes que configuraban España en aquellos tiempos disponían de leyes, lenguas, monedas y usos diferentes entre sí. El poder de los Emperadores como Carlos I o Felipe II muchas veces se encontró con problemas derivados de lo anterior. Por todos es sabido como Carlos I tuvo que ir pidiendo servicios a las diferentes Cortes peninsulares y en concreto, trasladarse durante un tiempo a Barcelona para conseguir la finanación que buscaba para su sueño de ser coronado Emperador. O así mismo, la realidad del caso Antonio Pérez y Felipe II. Sin embargo, esto no quiere decir que fuera un Estado Federal, ni mucho menos. En primer lugar, porque este concepto no existía en aquellos tiempos, y en segundo, porque aún así las cosas, España contaba con un ejército permanente unificado (tercios), una diplomacia exterior sólida y un indudable poderío económico.
Los siglos XVI y XVII fueron los años del Imperio Español y de su poderío hegemónico. Evidentemente, la controversia despierta en este punto. Podemos encontrar a defensores de los derechos de los indígenas, revisionistas de la historia de los pueblos precolombinos, seguidores de la Leyenda Negra, hagiógrafos franquistas, nostálgicos confundidos, furibundos enemigos de la explotación esclavista capitalista mercantilista, revisionistas marxistas... es decir, algo muy humano: discutir por todo y de todo. Sin embargo, esto es demasiado extenso y lo trataré con más profundidad en un próximo artículo.
Permitidme sin embargo, un pequeño inciso aquí al final del artículo. Hoy leí en la prensa digital que al Presidente de la Generalitat se le ha acusado de ser cómplice del genocidio en América por ir a los fastos celebrados en Madrid. A mí me resulta algo cómico leer semejante barbaridad, pero ojo, no referido a la cuestión de Indias, muy espinoso, sino porque deberíamos recordar a determinada opción política de Cataluña que gran parte de las riquezas acumuladas por la burguesía catalana madre del catalanismo se originó en el comercio con Indias. No en vano, el tejido conocido como indiano, procedente de las islas del Caribe y manufacturado en las industrias textiles cercanas a Barcelona, fue el principal vehículo de desarrollo técnico e industrial en definitiva.
Os dejo este simpático vídeo de los geniales actores de Mundoficción.