España ejerció una labor de correa de transmisión de las riquezas procedentes de América. Casi la práctica totalidad de las mercancías de ultramar (café,azúcar,cacao,tabaco,maíz...)y de las remesas de metales preciosos debían hacer parada obligatoria en el puerto de Sevilla. Esta ciudad, que en un principio, no disponía de atractivos estratégicos para el comercio con Indias (me remito en esto a don Antonio Domínguez Ortiz), tuvo que competir con otros puertos mejor colocados como La Coruña o Cádiz. Sin embargo, su posición interior en un río poco navegable como el Guadalquivir propiciaron que durante un siglo y medio, Sevilla fuese la capital del mundo, casi como Nueva York hoy día. La llegada de oro y plata a la economía europea, escasa hasta entonces de estos metales, y con poca circulación de moneda por tanto, supuso una revolución de precios que estudiada por diversos autores, promovió el desarrollo de las primeras fórmulas de capitalismo, que no analizaré ahora. Quedémosnos por tanto con que el corazón económico de Europa, y quizás, el progreso y avance de las sociedades europeas se encontraba en España. Pero como suele ser habitual en este país, España había sido un reino que no había aprovechado bien ese canal de riquezas, pues no estimuló una industria propia y debido a las guerras y otras obligaciones, el oro y la plata salían del país hacia los bancos italianos, genoveses y alemanes.
Mientras tanto, España, en Europa, fiel defensora del catolicismo, realizó una política de guerras que a la larga sería la herida mortal por la que el Imperio desaparecería. Estas guerras largas, agotadoras y lejanas se iniciaron por la ortodoxia católica de Felipe II, y excepto con las treguas de Felipe III, fueron continuadas con Felipe IV, ya mezcladas eso sí con motivaciones políticas y territoriales. Sin embargo, el papel del ejército español a través de sus gloriosos Tercios hacían de España el poder militar más poderoso de su época. Ya dedicaré un estudio a los Tercios. Este prestigio militar se vería quebrado cuando en Rocroi, las tropas francesas venciesen a los tercios españoles, invictos en un siglo y medio de guerras terribles. Los posteriores tratados (Westfalia y Pirineos) marcarían el fin del poder diplomático español.
A la par que esto ocurría, asistimos a una controversia interna en las fronteras españolas. Felipe II dispone de un poder centralizado cada vez mayor y eso va chocando con las instituciones que los reinos o Españas en los que se divide el país tienen. Famoso es el suceso de Antonio Pérez, secretario del Rey, quien huyó a Zaragoza huyendo de la ira de Felipe II y condujo a éste a asediar la capital maña contraviniendo las leyes y la figura del Justicia Mayor. Esto, no sólo quedará aquí. El Conde Duque de Olivares, años más tarde, preveyendo que el Imperio no se podría mantener sin un ejército organizado y regular, en la que todas las Españas tuvieran parte, intentó sin éxito un sistema de levas que sumado a otras causas, conduciría en Cataluña a un levantamiento campesino durante el Corpus, que será la baza que entonces y aún hoy cierta parte del pueblo catalán esgrime como hecho diferencial respecto de España. No deja de ser curioso que durante un tiempo, Cataluña estuviese bajo la protección del Delfín de Francia tras estos sucesos y que al comprobar los principios del absolutismo que el heredero al trono francés manejaba, abandonase dicho amparo.
Siglo XVIII. El desastre del reinado de Carlos II y su falta de descendencia precipitará la Guerra en España, convirtiendo lo que era una potencia de primer orden en otra de segundo orden en el concierto internacional de la época. España pasaba de ser el poder hegemónico que intervenía en las políticas y destinos de otras naciones para que en esos momentos, sus enemigos tradicionales como Inglaterra o Francia dirimiesen quién sería la nueva dinastía que regiría en el país. Al menos, España logró controlar y mantener sus posesiones ultramarinas, pero también perdía territorios como Mallorca (recuperada más tarde) o Gibraltar (origen de otro de los problemas actuales de nuestro país).
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Y 1789 no es una fecha cualquiera.
Seguiremos en otro artículo.
PD: Lo siento, pero tengo que dejaros esta marcha de Semana Santa Sevillana, sobre todo para aquellos que no la hayáis escuchado nunca y que sois de fuera de España. Espero os guste.
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