El fin del siglo XIX trajo consigo el desastre de Cuba y Filipinas, lo que significaba que el Imperio español que dominó el mundo durante dos siglos había desaparecido finalmente. Ahondar en las causas que condujeron a esto sería demasiado largo y farragoso de explicar en lo que, os reitero, pretende ser una síntesis de la historia de España. Lo que sí me interesaría destacar es que "El Desastre", como se conoció por entonces, repercutió en la vida social, económica, política y cultural de España de manera formidable. En lo que nos incumbe ahora, el concepto de España como nación se sometió a un duro debate que aún hoy está presente.
Para ilustraros sobre el antes y el después de lo que representó Cuba, os recomiendo "El Árbol de la Ciencia" de Pío Baroja. En dicha obra, se muestra a una sociedad como la española ensoberbecida por una extinta gloria que creían viva, despectiva ante los americanos y su potencial bélico (de quienes se decía que iban a la guerra en pijama). Los hechos demostraron varias cosas. A nivel internacional, que el peso de España era escaso en los principales foros internacionales. EE.UU, siguiendo la Doctrina Monroe, había iniciado un tiempo atrás una política de acoso y derribo de los restos imperiales de las potencias europeas en América del Sur, alegando que "América es para los americanos" (el problema es que no sabemos exactamente a qué se refería por Americanos). A pesar de rechazar varias ofertas, España sabía perfectamente que EE.UU tarde o temprano se haría con Cuba y sus plantaciones de azúcar, cuya producción era la mayor del mundo y muy apetecible para la industria americana. A nivel nacional, El Desastre supusó el colofón de todo lo que se consideraba malo y negativo de ser español, como el cúlmen de la decadencia y la decrepitud iniciados en el siglo XVII. En buena parte, los nacionalismos y regionalismos que habían despertado en Cataluña o País Vasco basaron su estrategia en apoyarse en los hechos acontecidos en el Caribe para demostrar por qué razón ser español era algo que rozaba con la estupidez y lo rancio.
Como consecuencia de lo anterior, la élite política española de aquel tiempo reaccionó acusando al régimen de la Restauración como principal causante de lo ocurrido en Cuba y Filipinas. Así las cosas, el Regeneracionismo se presentaba como un intento de cambio y de paso, la imagen del Estado y la política española. Un intento que se mostró fútil, pues la maquinaria del bipartidismo y los mecanismos por los que se mantenía el régimen terminaron engullendo aquellas buenas intenciones de Costa y sus seguidores.
La política internacional, ya a principios del siglo XX, marcaba nuevos vientos en los que España poco o nada tenía que ver. Sin embargo, su papel estratégico en la entrada del Mar Mediterráneo, junto a su cercanía a África, hicieron de ella un relativamente importante aliado para menesteres entre las grandes potencias. Así las cosas, España retomó una política imperialista figurando como Estado Tapón en el juego de intereses colonialistas en África. Un papel centrado especialmente en el Río de Oro y en la gestión de plazas fuertes situadas al norte del Magreb, como Tetuán o Tánger. Las Guerras Africanas supusieron un desgaste continuo para España, sobre todo a nivel interior, a causa de la injusticia social que suponía el servicio militar obligatorio por quintos que, corrupto, suponía que los reclutas de origen acomodado podían abandonar su obligación a cambio de una módica cantidad de dinero. Eso había sido junto a otras causas las que precipitaron un malestar social tan intenso durante las dos primeras décadas del siglo XX en España que aún hoy día se recuerdan, como fue la Semana Trágica de Barcelona de 1909. Poco a poco, el Ejército español, que durante el siglo XIX se había erigido como el garante del liberalismo para gradualmente transformarse en el vigilante de la Patria, aparecería como una fuerza latente que por un lado era reclamado para poner orden en la sociedad de aquel tiempo y por otro, visto como una forma de opresión en la que se añadían connotaciones de centralismo represor, españolista y uniformista.
El papel de la monarquía de Alfonso XIII a ojos de la sociedad española de entonces estaba en franca degradación. El golpe de Estado de Primo de Rivera y la disposición del rey a aceptar dicho golpe, habían sido los últimos puntales que se necesitaban para que a fines de la experiencia de la dictadura de Primo de Rivera hubiese un deseo de cambio real. Por otra parte, el período de gobierno dictatorial supuso un lapso de tiempo de relativa paz social y de tranquilidad. Al amparo de la dictadura se crearon numerosas empresas nacionales (Renfe, Campsa...), en el ámbito exterior el desembarco de Alhucemas había sido todo un éxito en 1925 y finalmente, las Exposiciones Universales de Barcelona y Sevilla en 1929 habían sido un escaparate hacia el exterior que supusieron cambios en la morfología urbanas de ambas ciudades.
Como apunté antes, la monarquía tras la retirada de Miguel Primo de Rivera fue objeto de una caída en barrena en cuanto a valoración social. Los Gobiernos Provisionales de Dámaso Berenguer y el almirante Aznar dieron paso a la celebración de elecciones municipales que se habían convertido básicamente en un referéndum entre Monarquía o República. La victoria en las urnas el 12 de Abril de 1931 de la República obligaron a Alfonso XIII a abandonar el trono español. El 14 de Abril, la II República Española fue proclamada.
No es cuestión baladí analizar la Constitución de la II República española. En 1873 existía un proyecto de Constitución de la I República, de corte claramente federalista, pero que por los motivos que analizamos en el artículo anterior, no se pudo promulgar. Así que la Constitución de 1931 nos servirá para analizar el nuevo concepto de España, contenido en el artículo I de dicha Carta Magna. En ella España es " República democrática de trabajadores de toda clase", conceptos todos que recogen la tradición izquierdista de considerar a la nación al conjunto de trabajadores. Recordad que en 1812 se consideraba español a todo aquel que habitase dentro de las fronteras del reino español tanto en el hemisferio Norte como el Sur, pero ahora, se especifica que antes de ciudadano, se es trabajador. Si proseguimos un estudio superficial de dicha Constitución asistiremos a la vertebración territorial de España, establecida en base a Municipios que mancomunados formarían las provincias, y aquellas regiones con autonomía reconocida. Ojo a esta cuestión última: se abría así paso a la posibilidad de que regiones de España tuvieran un reconocimiento a hechos diferenciales de bases históricas, sociales o culturales por medio de un tratamiento jurídico y legal diverso al resto del territorio español. Es por esto que en 1932, el Estatuto de Cataluña o Estatut de Núria, fue el primero reconocido por el Estado español y abría la senda autonomista en nuestro país (existiendo un precedente de proyecto de Estatuto en 1919).
Proseguiremos en otro artículo.
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