El siglo XIX español es la pesadilla del alumnado que cursa historia en 4º ESO e Historia de España en 2º de Bachillerato. La razón reside en la complejidad de los hechos históricos que ocurren en esa centuria, la rapidez en la sucesión de sistemas políticos y alternancias de poder y el carácter incompleto de muchas de sus obras legislativas, económicas o sociales (como se puede comprobar en la variedad de Constituciones promulgadas en estos tiempos). Esto se debe a que el siglo XIX español es un siglo de cambios y experimentaciones, propias de un país que alejado de las prácticas parlamentarias como el Reino Unido un siglo o dos antes, se había visto abocado a hacer un camino largo en poco tiempo, obligado por una guerra feroz en su suelo, como resultado de la invasión francesa en 1808, como punto de partida.
Como ya habréis podido leer en varios artículos de este blog, la Guerra de Independencia ha sido tomada por los historiadores españoles como el pistoletazo de salida que marca la entrada de nuestro país en la Contemporaneidad. Como podréis suponer, no era un contexto propicio para cambios de ningún tipo. Cierto es que el poder de la monarquía de Carlos IV y la fama de su familia y todo el entramado administrativo cercano, repleto de hechos vergonzosos, ilógicos e historias propias de un programa cualquiera de prensa rosa, había desgastado mucho la percepción que el pueblo español disponía de sus dirigentes, pero no penséis que eso era sinónimo de afán de cambiar las cosas.La cultura mental de aquel tiempo imponía que la mayor parte de la población, agraria e inculta, era ajena a una realidad lejana para ella como la política, mientras que la minoría intelectual era afecta al poder de una manera u otra. Así que con la llegada de los franceses, con previa abdicación de Carlos IV en su traicionero hijo Fernando VII, supuso en España la oportunidad para que una parte exigua de su burguesía procurase cambiar las cosas. Próximamente, en 2012, celebraremos los doscientos años de la existencia de la primera constitución española, conocida como "La Pepa", por promulgarse el día de San José. No me extenderé en detalles, pero digamos que fue la piedra de toque del liberalismo español, y una bandera para luchar contra el Absolutismo monárquico. Sin embargo, la debilidad de aquel proyecto político liberal en España representado por las Cortes de Cádiz radicaba en que el rey legítimo, Fernando VII debía rubricar y sancionar la Constitución para garantizar el éxito de sus medidas.
Bien sabido es el papel pernicioso que Fernando VII ejerció en la política española. Aunque como para todo, hay opiniones, sí podemos decir que hay cierta unanimidad entre los historiadores españoles para percibir el reinado de este monarca como nefasto. Tras traicionar a los liberales españoles con el Manifiesto de los Persas (en el que el rey declaraba su resolución de no aceptar ninguna ley superior a la suya propia, a pesar de que poco tiempo antes había declarado que caminaría el primero por la senda de la Constitución), desencadenó una brutal política de represalia que duraría con salvedades hasta su muerte en 1833.
Incluso antes de morir, Fernando VII dejó la semilla de un nuevo conflicto en España. Si ya la Guerra de Independencia había socavado y reducido la exigua capacidad productiva del país, las Guerras Carlistas serán un problema interno que aunque quizás más en la Primera de sus tres ediciones, seguirá acuciando a la política española. De un lado, los liberales se alían con la regente Maria Cristina (nada liberal, por cierto) apoyando los derechos de su hija Isabel II amparándose en la Pragmática Sanción, y por otros, el absolutismo reaccionario del infante don Carlos María Isidro, tío de la niña Isabel, que se rodeó de los elementos más extremos del Antiguo Régimen español. Abreviando, podríamos indicar que gracias de nuevo a un conflicto, el liberalismo español proseguiría su camino, ya que hasta la subida al poder como regente de Espartero, las medidas liberales irán aplicándose como buenamente se podía. En el marco de este momento histórico (me refiero a las décadas de los 30 y 40 del siglo), se desarrolla la famosísima desamortización de Mendizábal.
La llegada al trono de la no menos nefasta Isabel II supuso el apoyo de la monarquía, al principio de manera sutil, y finalmente más clara, hacia la opción del liberalismo doctrinario conservador, bajo el liderazgo del espadón Narváez (del que escribí un artículo hace unos años en este blog). Así las cosas, era de esperar que la alternancia en el poder no se hiciera de una manera democrática, sino que a base de conflictos internos y golpes de Estado militares o pronunciamientos, los liberales progresistas pudiesen alcanzar el poder. Como el objetivo de este artículo es proporcionaros una síntesis, digamos que los diversos episodios de alternancia en el poder de las dos opciones políticas españolas daba como resultado que muchas de las medidas que se emprendían durante una legislatura eran cortadas y sustituidas por otras completamente diferentes del nuevo gobierno entrante, y así sucesivamente.
El desprestigio de la monarquía, atacada ya claramente desde el progresismo y el conservadurismo a finales de la década de los 60, acarreará un golpe de Estado que bajo el mando del almirante Topete, triunfa en 1868 y obliga a la monarquía borbónica a abandonar el país. El general Prim, poco más tarde, tendrá que buscar un nuevo inquilino para el trono español, y aunque con grandes dificultades, lo encontrará en la figura de Amadeo de Saboya. Sin embargo, este rey no duró mucho más de un año en su cargo y abandonó. Eso precipitó la experiencia republicana en España, la Primera.
Fijaos bien. Empezamos el siglo con una monarquía absoluta y no lo hemos terminado aún y observamos una República. Esos bandazos tan españoles se comprueban incluso en la política...
La República en España tiene un halo de misticismo ridículo. Y es demostrable históricamente que ambas fueron un fracaso. Ambas llevaron al país a una situación económica, política y social muy grave, y ambas terminaron con golpes de Estado que trajeron consigo regímenes más represores. En el caso de la I República española, encontramos una cuestión que hoy día se repite: el poder de los nacionalismos denominados periféricos y el concepto de España. Vale la pena pararnos un poco y analizar el tema, porque aquí se trata el tan manido y ajado tema de debate: ¿qué es España?.
Dentro de la I República se observaron varias concepciones de lo que debía ser no sólo el régimen político español, sino su proyecto como nación. Lejos quedaba el hecho de que ser español era vivir en ambos hemisferios bajo el poder de la Corona, como se recogía en el preámbulo de la Constitución de 1812. Los movimientos emancipadores en América habían destruido esa concepción y ahora era necesario buscar otros motivos para ser denominado español. Con el concepto del presidente de la República Pi y Margall, la cosa se complicó. Este mandatorio de las Cortes Republicanas tenía una concepción federalista de España, como territorios autogobernados e independientes entre sí pero unidos por aspectos comunes bajo una administración central que los unificara. Ese concepto se demostró erróneo y perjudicial. Si alguien quiere debatirlo, le remito al fenómeno del cantonalismo. La desintegración del poder central y de las instituciones junto a un Congreso de los Diputados que era un crisol de posturas diferentes y contrapuestas entre sí (siendo por tanto incapaz de tomar medidas eficaces como conjunto) provocaron que el sueño federalista se convirtiese en un esperpento terrible. Los grandes núcleos de población se autoproclamaban independientes y esgrimían razones que aún hoy día nos vienen al pelo por su cotidianeidad.
Este episodio lamentable obligó a una fuerte represión por medio del Ejército, pero la experiencia republicana estaba herida de muerte. Poco más tarde, el general Pavía dará por concluida dicha experiencia entrando a caballo en el Congreso de los Diputados y clausurando sus sesiones. En 1874, Martínez Campos desde Sagunto da un golpe de Estado que facilita la vuelta de los Borbones a España patrocinada por Antonio Cánovas del Castillo.
Con ello comienza la Restauración Borbónica, ampliamente vista y estudiada por mi en varios artículos de este blog.
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