La figura de Francisco de Goya y Lucientes podría ser considerada como el nexo entre otros dos pintores inmortales de las artes españolas, Diego Velázquez durante el siglo XVII y Pablo Ruiz Picasso durante el siglo XX. En él, podemos encontrar numerosos rasgos tanto en su estilo pictórico como en las temáticas que sirven como puente entre dos estilos artísticos tan diversos como el Barroco y las vanguardias del siglo pasado.
Y es que en Goya se puede ver la progresión de un artista a lo largo del tiempo de una manera clara. Va partiendo desde unos principios plásticos tradicionales como se correspondía con su formación primitiva de pintor de iglesias y creador de cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara (lo que podría enmarcarle dentro del neoclasicismo) hasta ser un pintor avant-la-lettre que preludia unos setenta años antes el impresionismo. Además, Goya es un pintor al que el devenir histórico del tiempo que vivió le influyó de manera decisiva. Gracias su obra, pudimos conocer los usos y costumbres de la sociedad del siglo XVIII español y el trauma que supuso la Guerra de Independencia.
Pero no debemos olvidar que Goya es testimonio de una tragedia intelectual. Un hombre que asistió como espectador de primera línea a la política de su tiempo, que reforzó durante el reinado de Carlos IV sus pensamientos simpatizantes con la Ilustración. Esa visión que conservó durante parte de su vida de que los principios ilustrados realmente cambiarían el mundo fueron frustrados. La invasión napoleónica, la sinrazón de la guerra y la violencia que se desató y la encrucijada moral que tuvo que suponerle entre elegir a sus compatriotas o apoyar a los invasores por sus simpatías con la Ilustración al final le comportaron un exilio en el que acabará sus días en Burdeos.
Dentro de este ciclo de artículos que he dedicado a la Guerra de Independencia, he hecho referencia a la obra del pintor zaragozano directa o indirectamente. A lo largo de unos tres artículos, desglosaré y analizaré las etapas de Goya.
Los Primeros Años.
Nacido en Fuendetodos, el 30 de Marzo de 1746, en el seno de una familia de origen humilde por parte de padre y de otra venida a menos por parte materna, Francisco de Goya pasará los años de su juventud en Zaragoza, asistiendo a las clases en los Escolapios de la capital maña y recibiendo la formación inicial de manos de José Luzán, pintor local de quien aprendió los rudimentos del dibujo. Como es de esperar, la influencia de las obras del Renacimiento y Barroco italianos fue muy importante.
(izquierda, los frescos del Palacio Real de Tiépolo). Por aquellos tiempos, la llegada de Carlos III desde el reino de Nápoles para detentar el trono español supuso también nuevos aires artísticos procedentes de la península italiana. Principalmente, dos autores como Mengs y Tiépolo rivalizaban entre ellos por su concepción tan diferente del arte, concepción que por capilaridad llegaba hasta los pilares conceptuales del arte en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid. Hasta la capital de España se trasladó Goya, para probar suerte en 1763. (derecha, Carlos III por Mengs)
Lo más lógico, al suspender, hubiera sido que Goya volviera a su casa y entonces este artículo que escribo, seguramente, no tendría razón de ser. Pero en cambio, Goya decidió quedarse en la capital del reino durante tres años más, período en el cual entablaría amistad con Francisco Bayeu, otro artista maño que había sido llamado a Madrid por el mismo artista Mengs. Gracias a esto, Goya tuvo oportunidad de conocer de primera mano las obras del maestro bohemio y más tarde, las obras italianas de Lucas Jordán, Giaquinto y Tiépolo. Ante ambas vertientes, Goya tomó partido por la sensualidad italiana y alejarse del academicismo excesivo de Mengs, algo que encajaba mejor con él durante aquellos años.
El Viaje a Italia.
En 1766, Goya intenta de nuevo ingresar en la Real Academia de Bellas Artes, pero de nuevo suspende. Poco más tarde, Tiépolo fallece y Goya comprende que, al menos, por ahora, no tendría forma de entrar en la Real Academia, por lo que decidió marcharse a Italia, concretamente a Roma. Durante esos años, la influencia de otros artistas del momento no será inmediata, pero se dejarán ver cuando el estilo de Goya madure. Por ejemplo, Fusslï y su prerromanticismo, las formas pintorescas de Houbert y el academicismo de las Estancias Vaticanas de Rafael o de los hermanos Carraci en la Pazzo Farnesi. Su periplo por tierras italianas concluirá con un nuevo fracaso, al presentarse a un concurso convocado por la Academia de Parma, que pierde de nuevo.
De nuevo en España.
La vuelta a España dará con Goya en Zaragoza, que recibirá un encargo para la pintura de frescos en la bóveda de la Basílica de El Pilar en la capital del Ebro. Su trabajo allí le permitirá que Mengs se ponga en contacto con él y le requiera que comience a ejecutar cartones que sirvan para decorar el palacio de San Lorenzo de Escorial, con motivos de caza. Más tarde, el encargo se extenderá al Palacio Real de Madrid. Durante este tiempo, Goya, con un estilo italianizado, desarrollará un total de sesenta y tres cartones.
La temática de estos cartones para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara se basará en un tópico figurativo de la época que constituirá el modelo español que se buscaba para decorar las estancias reales. La obra de Goya se basará en representar escenas cotidianas de la vida rural, repleta de majos, manolas, pillos, vendedores ambulantes... Es durante este período cuando el "majismo" de Goya llega a su esplendor. Obras como "El Quitasol", "La Gallina Ciega", "El Baile de San Antonio", "La Cometa"... son buenos ejemplos de ello. Encontramos jóvenes mozos y mozas bien vestidos a la manera popular, con unos fuertes colores basados en brillantes amarillos y azules que se difuminan en sus contornos, creando escenas con cierto nivel de neblina que son claras muestras del gusto dieciochescos, con una relevancia fundamental de la luz y su incidencia, pero esta vez, no sobre tonalidades oscuras o con contrastes con la sombra como en otros autores.
Es evidente que estos matices, que al fin y al cabo, se encontraban realizados sobre unos cartones que no debían que servir más que para servir de orientación para los fabricantes de tapices, eran imposibles de plasmarlos. Pero al menos, sirvieron para que en 1780, con la presentación de Cristo Crucificado, ingrese en la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, lo que le promocionará dentro del estamento nobiliario permitiéndole el contacto con la nobleza y más adelante, la Familia Real.
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