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Hoy día, estamos acostumbrados a vivir en una sociedad en la que simplemente, para tener luz, tenemos que encender un interruptor, o si queremos agua, usar un pulsador y obtener agua limpia y clara. Esto que parece tan sencillo, ha sido producto de una evolución económica, que ha transformado la sociedad. Una sociedad, que antes del desarrollo de las máquinas, las fábricas y la industria general, vivía dependiendo de lo que la Naturaleza le ofertaba, a ritmo lento. Una sociedad en la que se dedicaba un gran esfuerzo a la producción de bienes, haciéndolos costosos, y sobre todo muy lentos de conseguir.
El 80-90% de la población de aquel tiempo vivía en condiciones de gran pobreza, y en algunos casos, dentro de ese porcentaje, otro también elevado en la miseria. Generalmente, estas personas producían para sobrevivir (economía de autoconsumo) y para pagar los impuestos que iban dirigidos a los otros dos estamentos privilegiados, la nobleza y el clero, en cuyas tierras, trabajaban los campesinos. Tenemos que tener en cuenta que gran parte de la población trabajaba con sus propias manos disponiendo de pocas tierras (y generalmente, de mala calidad) o simplemente, sin tenerlas, mientras que un porcentaje muy exiguo del 10% poseía la mayor cantidad de las tierras y sin trabajar a mano. De ahí que tradicionalmente, se considerase el trabajo manual como un castigo, propio de los pobres, y que no trabajar o ganarse la vida de otra manera fuese considerado como una señal divina y de riqueza.
¿Cómo era la propiedad del Antiguo Régimen? Las tierras solían ser de titularidad vinculada, por lo que el señor daba la tierra al colono y éste la ponía en producción, aunque no podía venderla ni alquilarla. De esta manera, el colono debía buscar el máximo rendimiento económica para poder hacer frente a las faenas del campo (la siembra), el autoabastecimiento y los pagos de impuestos. En cuanto al utillaje o instrumental con el que se labraban las tierras, era antiguo y poco productivo en comparación con la actualidad. Los aperos de labranza y el uso del arado romano procedían de tiempos muy antiguos y la producción era muy baja. Por poner un ejemplo. Si del arado tiraba un caballo, disponíamos de un fuerza motriz muy buena para arar grandes extensiones de terreno, pero sin embargo, el surco que abría era muy poco profundo y los pájaros se comían las semillas, resultando en desastre. La otra opción era el buey, más lento, mucho, pero que a cambio, traía como ventaja surcos más profundos. Los rendimientos productivos, como he dicho antes, eran muy reducidos, por lo que esta economía solía estar estancada por regla general mucho tiempo, a excepción de determinados momentos efímeros en los que se podía encontrar algún tipo de novedad tecnológica. Ese estancamiento producía un anquilosamiento del sistema económico, que tenía una base agraria muy marcada.
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