Francisco de Zurbarán nació en Fuente de Cantos, Badajoz, en el año 1598, muriendo en el año 1664 en Madrid.
Se formó durante tres años en Sevilla, realizando su primer contrato con el Convento de San Pablo el Real de Sevilla, consistente en la realización de 21 cuadros. En este periodo, comenzó a mostrar las características propias de su arte: fuerte detallismo, los personajes poseen un tratamiento que desvela fortaleza y el papel de la luz en los volúmenes y en los paños demuestra la importancia que tienen las calidades de los objetos para Zurbarán. Convendría precisar también que a pesar de la brillantez en las características que hemos descrito, Zurbarán tenía problemas con las composiciones de sus cuadros y en la interrelación de los personajes entre sí. Por ejemplo, podríamos observar obras de Zurbarán en la que de manera poco natural, se incorpora algún elemento arquitectónico para cerrar la composición. Tuvo un gran taller, que le permitió difundir su influencia pictórica en otros artistas de su tiempo y atender a la enorme cantidad de demanda que le llegaba desde las Órdenes Religiosas, que querían decorar sus claustros y demás espacios sagrados con la iconografía contrarreformista. Por ello, a Zurbarán en numerosas ocasiones se le tildó de ser “el pintor de los frailes”.
Más tarde, en 1628, en el actual Museo de Bellas Artes de Sevilla y antiguo Convento de la Merced Calzada, Zurbarán logra otro acuerdo para pintar 22 cuadros sobre la vida de San Pedro Nolasco, fundador de la Orden Mercedaria. De este período son la Aparición de San Pedro Crucificado a San Pedro Nolasco y “La Visión de Pedro Nolasco”.
Posteriormente, para la iglesia del Colegio de San Buenaventura, Zurbarán realizará cuatro lienzos más referentes a San Buenaventura. A estos años también pertenecen entonces una serie de obras que aún poseen un cierto tenebrismo, cuya temática serán la Virgen María o el Niño Jesús.
Gracias a todos estos encargos, Zurbarán va labrándose una fama importante en Sevilla, que le valdrá para que Diego Velázquez le llame a Madrid para pintar en la serie de los Trabajos de Hércules para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Gracias a ello, el estilo de Zurbarán cambia y logrará aún más clientela por su posición de pintor real. Así vendrá una demanda cada vez mayor procedente de América.
En 1637, Zurbarán conocerá la Cartuja de Jerez, para la que realizará un conjunto pictórico de los Cuatro Evangelistas, además de algunos más. Posteriormente, después realizará quizás su obra más famosa: EL Milagro de San Hugo en el Refectorio en 1655. Contrasta mucho la pureza del blanco de los frailes, quienes comparten protagonismo con el bodegón que podemos observar sobre la mesa. Esa pureza en el tratamiento de los colores blancos sobre los paños, será fundamental para identificar a este artista.
Sin embargo, la conjunción de la crisis sevillana en 1640, con la posterior peste de 1649, y el enorme éxito de Murillo en Sevilla van a hacer que Zurbarán pierda empuje y empiece a ver cómo su tiempo en la ciudad ha acabo. En 1658 va a Madrid, donde su estilo cambiará mucho por la influencia de otros pintores como Herrera el Mozo: sus obras ganan dulzura y delicadeza. En esta época, realiza paños de verónica o versiones de la Sagrada Familia.
En opinión de algunos artistas, en esta última etapa, Zurbarán pierde sus propias señas de identidad por asumir una dulzura murillesca que para nada se adecuaba al estilo que había desplegado tiempo atrás. Aún así, conviene precisar que nos encontramos ante un artista con una enorme influencia al otro lado del Atlántico, existiendo numerosas obras con la firma de Zurbarán en iglesias y recintos sagrados en Latinoamérica.
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