lunes, 2 de marzo de 2009

Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682)

Si habéis leído cualquier ejemplar de novela picaresca española (“Rinconete y Cortadillo” de Cervantes, “El buscón don Pablos” de Quevedo o si nos vamos más hacia atrás “Lazarillo de Tormes) y os gustaría ver algún tipo de imagen de aquella época, entonces, sólo tenéis que sumergiros en el universo de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682). Sevillano de nuevo (quizás haya algunos de mis alumn@s de Historia del Arte que les pese…).

Murillo tuvo el gran acierto de recoger el gusto popular de la Sevilla de su época (una ciudad que aún siendo importante ya comenzaba a mostrar una fuerte decadencia que llegará en 1649 con el brote de peste que matará entre otros ilustres, a Martínez Montañés), hacerlo suyo y plasmarlo con una originalidad propia. A pesar de que posee desde grandes admiradores hasta firmes detractores, lo cierto y verdad es que el talento de Murillo permaneció durante el siglo XVII, se mantuvo en el siglo siguiente y aumentó durante el siglo XIX. Aquellos que visitéis este blog y seáis de Sevilla, ¿no os parece que la forma de pintar de Murillo es especialmente reconocible para un sevillano cualquiera? Sinceramente, creo que incluso hoy día, paseando por calles del centro podemos observar cualquier cuadro de Murillo.

De carácter autodidacta, Murillo comenzó a desarrollar su trabajo en la ciudad que le vio nacer, hasta llegar a las 3.185 obras, seguras o no de adjudicación algunas de ellas todavía. Pintor puramente contrarreformista, en Murillo observamos la importancia del dogma católico de Trento, especialmente en la pintura referida a la Virgen. Aunque Pacheco había fundado ya el estilo en la representación de la Purísima, Murillo procura hacer su propio estilo, introduciendo por ejemplo en la iconografía esos famosísimos angelillos o amorcillos que son cabezas aladas y que acompañan a la Virgen. Murillo acerca a los Santos, a Cristo y la Virgen a los creyentes gracias a su manejo excelente del color. Si hemos visto antes que Valdés Leal tiende a una pintura dramática, dolorosa y macabra, Murillo adopta unas formas más amables y tiernas. Funde tonos y llena de luz sus cuadros, rompiendo en gran manera con su primera etapa tenebrista y con la tendencia de la plástica española ascética y seca.
Siempre que se ha estudiado la evolución artística de Murillo, encontraríamos la clasificación: frío, cálido y vaporoso. Por otra parte, se tiende a comentar que la temática de Murillo es muy cerrada, con una serie de obras que repiten temática hasta la saciedad y que serían producto del hecho de que Murillo apenas salió de los límites de su ciudad.

En su etapa fría encontramos los momentos de juventud del artista. Su dibujo es preciso y la pincelada es larga con fuertes contrastes de luz como restos del tenebrismo propio de la pintura española de su época. En esta etapa, destacaríamos la belleza de “La Sagrada Familia del Pajarito”. Una escena muy familiar, valga la redundancia, donde un niño pequeño juega con su perrito que de espaldas al espectador, mira a la mano de su infantil dueño, que posee un pajarillo. A la izquierda, María contempla a su chico mientras trabaja y José mira a su pequeño, configurando con éste una diagonal clara que vertebra el cuadro en dos partes.
En 1656, se iniciaría la etapa cálida, que es considerada como una fase intermedia de su pintura con la incorporación de técnicas de claroscuros propias de Herrera el Mozo. Aquí podríamos citar su San Antonio, sito en la Catedral de Sevilla.
Sin embargo, la cúspide de su trabajo se encuentra en el período vaporoso, en el que difumina el color haciéndolo transparente. Entre 1670 – 1674, Murillo pintará para Miguel de Mañara seis obras de la Misericordia para su Hospital de la Caridad. Aquí obras como “San Juan de Dios transportando a un enfermo” o “La Reina Santa Isabel curando a los tiñosos”.
no me olvido de lo que dije al principio del artículo: si queréis ver a auténticos pillos y golfillos del Barroco Español, Murillo es el pintor necesario. Por ejemplo, “Niños Comiendo un pastel”, “La pequeña vendedora de fruta”, “Niño Espulgándose” o “Las Gallegas” creo que os podrán convencer claramente de ello.

Aquí tenéis la auténtica inscripción que recuerda a Murillo en pleno Barrio de Santa Cruz

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