Según la Convención de la ONU sobre los derechos de los migrantes entró en vigor el 1 de Julio de 2003. En ella, se recoge que una de cada 35 personas migra. Si tomamos como referencia dicho documento, podríamos decir que el 3% de la población mundial (unos 175 millones de personas) se encuentra moviéndose de un punto a otro del globo. Es por tanto la migración una necesidad humana, que se remonta ya desde los primeros tiempos del Paleolítico, cuando nuestros primeros antepasados salieron del centro de África hacia Europa y Asia.
Las causas de que una persona o un conjunto de personas tenga que moverse de un punto concreto de origen a otro de recepción son muy variadas. Principalmente, de carácter laboral, pero las de carácter social o humanitario son las que más relevancia y trascendencia tienen en nuestra época actual. Los movimientos migratorios a nivel mundial, encuentran sus lugares de origen en Sudamérica, África y la mayor parte de Asia, y las zonas de recepción en América del Norte, Europa y Japón. Todos conocemos los dramas que se suceden día tras día en las diversas formas existentes de migración en el mundo, y los problemas que comporta tanto para los migrantes como para la población que los recibe. Pero conviene recordar que no siempre esto fue así...
Caso de nuestro país: España. Hace poco tiempo (en Historia, cincuenta años no es mucho más que un rato), nuestro país era un semillero de emigrantes. ¿Por qué? No existiría una sola explicación, sino más bien un conjunto de ellas que obedecerían a una directriz básica. Nuestro país, tras la posguerra, se vio apartado de la escena internacional por las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, pero el advenimiento de la Guerra Fría, hizo posible que la España de aquellos tiempos de repente, se viese incluída en la política mundial. Eso obligó a que el sistema económico autárquico español debiese cambiar, y con la entrada del Opus Dei y los tecnócratas, se iniciasen programas de desarrollo económico orientados a llevar al país a una industrialización rápida y muy brusca. Eso. a su vez, forzó a que determinadas zonas (Cataluña, País Vasco, Madrid o la zona del litoral mediterráneo), se viesen muy beneficiadas del cambio económico, robusteciéndose y promoviéndose políticas de empleo en el sector industrial, pero otras regiones españolas, súbitamente, se vieron desplazadas del circuito económico. Esas personas, que vivían en un ambiente atrasado y rural, no pudieron ver otra salida más que la de la emigración, ya fuese a un nivel interior o exterior. Como ya hemos visto en clase, los principales receptores de emigración interior fueron las zonas industriales, pero también, aquellas en las que el turismo y el sector servicio más mano de obra demandaba (caso del arco litoral mediterráneo). En cuanto a la emigración exterior, Europa o Sudamérica fueron los principales destinos.
¿Qué aportaron los emigrantes a la economía española de aquellos tiempos? Muchos beneficios, pero también pérdidas. En el aspecto positivo, podríamos citar el hecho del envío de grandes cantidades de dinero a las familias, que permitió dar un alivio a las economías familiares y reequilibrar la balanza de pagos española. Por otra parte, esa mano de obra que aquí en España no habría encontrado oportunidades logró hallarlo en el extranjero. Sin embargo, nuestro país se vio despojado de un potencial humano y la salida de gente joven que afectó a la pirámide de población de aquella época. A partir del año 1973, muchas de estos emigrantes tuvieron que volver a España, quedando ya muy pocos repartidos entre Francia, Alemania o Suiza (los países receptores predilectos). También del otro lado del Atlántico, con la llegada de muchos exiliados políticos que volvieron tras la caída del régimen franquista.
Próximamente, me encargaré de la población inmigrante en España.
Aquí tenéis algo de cine... Adiós a España, película protagonizada por Antonio Molina, que refleja la emigración española en aquellos años tan duros.
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