domingo, 13 de marzo de 2011

Japón: desastre natural, desastre energético.

Japón es la tercera economía del mundo. Sus datos económicos nos muestran un país que basa su economía en la exportación de material tecnológico de alta calidad y competitividad, producto de una disciplina férrea de trabajo y de sacrificio. Aproximadamente, Japón dispone de una población de 120.000.000 de habitantes, repartidos entre sus principales cuatro islas de todo el archipiélago: Honshu, Shikoku, Kyushu y Hokkaido. El territorio no es muy propicio para la agricultura, ya que el carácter montañoso de dichas islas da como resultado una estrecha franja de extensión cultivable. Como podréis imaginar, eso significa que es muy difícil suponer que Japón dispusiera de suficiente cantidad de alimentos por sí misma como para garantizar la supervivencia de su población. Esto explica la dependencia exterior de Japón, un país que a pesar de sus ingresos extraordinarios y el talento de sus empresas, está en crisis desde mediados de los años 90 del siglo pasado, que ha servido para que gradualmente China supere a Japón y se convierta en la nueva segunda potencia mundial adelantando al país nipón.

En los últimos días, tristemente, Japón es actualidad debido al tremebundo terremoto y posterior tsunami registrado a 12 kilómetros de Tokyo y que ha supuesto el arrasamiento de la costa de Miyagui, en la isla de Honshu. Aproximadamente, más de diez mil personas han muerto debido a las aguas y cientos de miles están ahora mismo evacuadas de sus hogares, mientras las autoridades japonesas tratan, en estos instantes, de dirimir una cuestión no menos siniestra: la radiación nuclear.


El terremoto y el tsunami.

El archipiélago japonés se encuentra en el Pacífico norte, al sur de las Islas Kuriles y este de China y la Península de Korea. Esa zona es extremadamente sísmica, debido al choque constante de la Placa Euroasiática contra la placa de Filipinas al sur y la placa Pacífica al este. La placa Euroasiática se está subduciendo por debajo de la Pacífica, y eso se ha traducido tradicionalmente en abundantes seismos, ya sean de baja, media o alta intensidad en la escala de Richter. De hecho, no sólo es un fenómeno propio de Japón, sino casi un patrimonio del lecho marino sobre el que se asienta el océano más grande de la Tierra, que repercute en las áreas habitadas de las tierras emergidas.

El seísmo que ha traído la desgracia a Japón ha alcanzado una escala de 8,6 Richter, lo cual es una auténtica barbaridad (la gradación de Richter llega hasta 12, punto en el cual la orografía completa cambia radicalmente). Sin embargo, creo que es importante destacar un detalle importante, que estos días, veo repetidos en los telediarios, que indican que el epicentro del terremoto ha sido localizado a 12 kms. En realidad, el epicentro no es más que un reflejo en la superficie de la corteza terrestre de un movimiento brusco situado por debajo de ésta: el hipocentro.

Debido a esta brusca reacción de las placas, la masa de agua superficial se ve inestabilizada, generando olas de diverso tamaño, conocidas como tsunamis. Los tsunamis (palabra japones que significa ola asesina) que han azotado las costas de Japón hace unos días han sido de diez metros de altura, y han logrado ir en ocasiones hasta chocar con las costa hasta 300 kms por hora. Las aguas sobrepasaron la línea de costa y se introdujeron hasta cinco kilómetros hacia el interior, en algunos lugares más allá en función de la presencia de cursos de agua que desembocaban en la costa.

Las construcciones en Japón siguen los más exigentes niveles de calidad. Los grandes rascacielos de la megápolis de Tokyo han estado oscilando estos días cuando los seísmos y sus réplicas hacían acto de presencia, pero sin derruirse. Esto tiene su explicación en la forma de construir sus cimientos. En vez de estar construidos en base a estructuras rígidas, los arquitectos nipones optaron por dotar a estos cimientos de cierta movilidad, asimilándose a muelles, que permitían evitar que los edificios se colapsasen, dotándoles de cierta movilidad en grados a un lado y a otro. En ese sentido, los efectos materiales del seísmo no han sido exageradas. Todo lo contrario, sin embargo ha ocurrido con el tsunami. Los edificios nipones están diseñados para seísmos, pero no para la fuerza de impacto del agua, y he ahí uno de las causas de esta tragedia.
De hecho, si no hubiera sido por este detalle, muchas vidas se habrían salvado, ya que los japoneses están entrenados, desde niños, para saber qué hacer en estos casos de necesidad, sabiendo disponerse perfectamente en orden y en fila para poder evacuar lugares cerrados y situarse en áreas abiertas o en protecciones diseñadas previamente para guarecerse.


La cuestión energética.
Lo descrito hasta ahora es terrible, pero quizás más terrible pueda ser si la cuestión nuclear que está teniendo al mundo en vilo estas últimas 24 horas no se subsana. El reactor de la estación energética nuclear de Fukushima se encuentra en estado crítico, y los técnicos intentan refrigerarlo con agua de mar. En los casos de terremoto, el Gobierno nipón dispone de la capacidad de desconectar los reactores nucleares para evitar males mayores, e incluso el diseño de las plantas nucleares es muy diferente al que se conoce aquí en Europa, por ejemplo. Pero como suele ocurrir, siempre hay posibilidades pequeñas que pueden cumplirse, y eso ha ocurrido en este caso. Un área de 20 kilómetros cuadrados ha sido diseñado para evacuar a la población ante los casos de radiación que emana del reactor dañado, y algunas noticias indican que sobre 200000 personas han sido evacuadas ya por prevención. Si Fugiyami explotase, Dios quiera que no, estaríamos ante la catástrofe nuclear de la Historia desde la II Guerra Mundial (superando a Chernobyl, y ya es decir).

Aquí nos encontramos una diatriba muy propia de la Humanidad. Una sociedad adelantada como la japonesa ha sustentado su carencia de fuentes de energía con el empleo de la única fuente de energía que favorece su alto nivel de vida: la energía nuclear. Eso quiere decir, que más allá de los combustibles de origen fósil y las energías verdes, para que el Primer Mundo pueda seguir viviendo a este ritmo es vital el uso de una energía abundante, poderosa y garantizada en muchos años, como es el producto de la fisión nuclear, pero... ¿a qué precio? Es una curiosa contradicción. En Haití, los terremotos de 2011 generaron grandes cifras de muertos y desaparecidos debido a sus infraestructuras precarias y escasa modernización. En Indonesia, hace dos años, algo parecido cuando se carecían de servicios tecnológicos que alertasen de la llegada de tsunamis. Y en este caso, encontramos muchas menos víctimas en Japón, pero posiblemente, y si no se remedia, podamos encontrar un aumento de ellas por el empleo de fuentes de energía como la nuclear.

Es posible que los partidarios de las energías renovables estén viendo lo que acontece como una trágica justificación de sus postulados, pero en realidad, yo creo que es simplemente una tragedia. Una tragedia porque se está viendo cada vez más cómo por mucho que la tecnología y la ciencia procuren dar a la Humanidad (mejor dicho, a una pequeña parte de ella) la sensación de inmortalidad, perfección y seguridad, la misma Naturaleza puede desbaratarlo todo con una facilidad tremenda, esquivando todas las precauciones humanas para evitarla. Si queremos vivir como vivimos en el Primer Mundo, deberíamos asumir el riesgo de las nucleares, y ser conscientes de las limitaciones de las energías renovables. Y si queremos vivir sin el peligro de las nucleares, deberíamos ser más conscientes (y ésta es la clave) en el consumo de energía para al menos, conseguir un umbral de desarrollo igualitario en el mundo que pudiese permitir tragedias como Haití o Indonesia.

Sinceramente, no quiero polémicas sobre la cuestión energética, porque al menos, en España, está mezclada con la política, tan lamentable en nuestro país en estos momentos.

Sin embargo, y esto es algo que siempre os he comentado en este blog, no debemos olvidarnos de nuestros antepasados, quienes vivían con la Naturaleza, a la que amaban, odiaban y temían al mismo tiempo. Quizás sea hora de dejarnos de idealismos y empezar a asumir lo extremadamente pequeños e insignificantes que somos y alejarnos de esa suficiencia tan nociva para nosotros como especie.

4 comentarios:

olorAMAR dijo...

Olé!!. Mis felicitaciones. Natalia.

Antonio Miguel Martín Ponce. dijo...

Gracias por tu comentario, Natalia. Espero que la cosa mejore, pero tras las últimas noticias, me temo que lo peor está por llegar.

Pedro de Mingo dijo...

Son las paradojas de la vida, los menos desarrollados sufren más los caprichos de las fuerzas de la naturaleza y los más desarrollados sufren menos los desastres naturales y más los efectos de su propio progreso.

Interesante artículo, muchas gracias.

Antonio Miguel Martín Ponce. dijo...

Muchas gracias a ti, Pedro. Como decía antes, me temo que lo peor está por llegar. Un saludo.

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