
En los últimos días, tristemente, Japón es actualidad debido al tremebundo terremoto y posterior tsunami registrado a 12 kilómetros de Tokyo y que ha supuesto el arrasamiento de la costa de Miyagui, en la isla de Honshu. Aproximadamente, más de diez mil personas han muerto debido a las aguas y cientos de miles están ahora mismo evacuadas de sus hogares, mientras las autoridades japonesas tratan, en estos instantes, de dirimir una cuestión no menos siniestra: la radiación nuclear.
El terremoto y el tsunami.

El seísmo que ha traído la desgracia a Japón ha alcanzado una escala de 8,6 Richter, lo cual es una auténtica barbaridad (la gradación de Richter llega hasta 12, punto en el cual la orografía completa cambia radicalmente). Sin embargo, creo que es importante destacar un detalle importante, que estos días, veo repetidos en los telediarios, que indican que el epicentro del terremoto ha sido localizado a 12 kms. En realidad, el epicentro no es más que un reflejo en la superficie de la corteza terrestre de un movimiento brusco situado por debajo de ésta: el hipocentro.
Debido a esta brusca reacción de las placas, la masa de agua superficial se ve inestabilizada, generando olas de diverso tamaño, conocidas como tsunamis. Los tsunamis (palabra japones que significa ola asesina) que han azotado las costas de Japón hace unos días han sido de diez metros de altura, y han logrado ir en ocasiones hasta chocar con las costa hasta 300 kms por hora. Las aguas sobrepasaron la línea de costa y se introdujeron hasta cinco kilómetros hacia el interior, en algunos lugares más allá en función de la presencia de cursos de agua que desembocaban en la costa.
Las construcciones en Japón siguen los más exigentes niveles de calidad. Los grandes rascacielos de la megápolis de Tokyo han estado oscilando estos días cuando los seísmos y sus réplicas hacían acto de presencia, pero sin derruirse. Esto tiene su explicación en la forma de construir sus cimientos. En vez de estar construidos en base a estructuras rígidas, los arquitectos nipones optaron por dotar a estos cimientos de cierta movilidad, asimilándose a muelles, que permitían evitar que los edificios se colapsasen, dotándoles de cierta movilidad en grados a un lado y a otro. En ese sentido, los efectos materiales del seísmo no han sido exageradas. Todo lo contrario, sin embargo ha ocurrido con el tsunami. Los edificios nipones están diseñados para seísmos, pero no para la fuerza de impacto del agua, y he ahí uno de las causas de esta tragedia.
De hecho, si no hubiera sido por este detalle, muchas vidas se habrían salvado, ya que los japoneses están entrenados, desde niños, para saber qué hacer en estos casos de necesidad, sabiendo disponerse perfectamente en orden y en fila para poder evacuar lugares cerrados y situarse en áreas abiertas o en protecciones diseñadas previamente para guarecerse.
La cuestión energética.
Aquí nos encontramos una diatriba muy propia de la Humanidad. Una sociedad adelantada como la japonesa ha sustentado su carencia de fuentes de energía con el empleo de la única fuente de energía que favorece su alto nivel de vida: la energía nuclear. Eso quiere decir, que más allá de los combustibles de origen fósil y las energías verdes, para que el Primer Mundo pueda seguir viviendo a este ritmo es vital el uso de una energía abundante, poderosa y garantizada en muchos años, como es el producto de la fisión nuclear, pero... ¿a qué precio? Es una curiosa contradicción. En Haití, los terremotos de 2011 generaron grandes cifras de muertos y desaparecidos debido a sus infraestructuras precarias y escasa modernización. En Indonesia, hace dos años, algo parecido cuando se carecían de servicios tecnológicos que alertasen de la llegada de tsunamis. Y en este caso, encontramos muchas menos víctimas en Japón, pero posiblemente, y si no se remedia, podamos encontrar un aumento de ellas por el empleo de fuentes de energía como la nuclear.
Es posible que los partidarios de las energías renovables estén viendo lo que acontece como una trágica justificación de sus postulados, pero en realidad, yo creo que es simplemente una tragedia. Una tragedia porque se está viendo cada vez más cómo por mucho que la tecnología y la ciencia procuren dar a la Humanidad (mejor dicho, a una pequeña parte de ella) la sensación de inmortalidad, perfección y seguridad, la misma Naturaleza puede desbaratarlo todo con una facilidad tremenda, esquivando todas las precauciones humanas para evitarla. Si queremos vivir como vivimos en el Primer Mundo, deberíamos asumir el riesgo de las nucleares, y ser conscientes de las limitaciones de las energías renovables. Y si queremos vivir sin el peligro de las nucleares, deberíamos ser más conscientes (y ésta es la clave) en el consumo de energía para al menos, conseguir un umbral de desarrollo igualitario en el mundo que pudiese permitir tragedias como Haití o Indonesia.
Sinceramente, no quiero polémicas sobre la cuestión energética, porque al menos, en España, está mezclada con la política, tan lamentable en nuestro país en estos momentos.
4 comentarios:
Olé!!. Mis felicitaciones. Natalia.
Gracias por tu comentario, Natalia. Espero que la cosa mejore, pero tras las últimas noticias, me temo que lo peor está por llegar.
Son las paradojas de la vida, los menos desarrollados sufren más los caprichos de las fuerzas de la naturaleza y los más desarrollados sufren menos los desastres naturales y más los efectos de su propio progreso.
Interesante artículo, muchas gracias.
Muchas gracias a ti, Pedro. Como decía antes, me temo que lo peor está por llegar. Un saludo.
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