viernes, 6 de agosto de 2010

Hiroshima.

"¿Dios mío, qué hemos hecho?" Fue el comentario del artillero de cola del B-52 Enola Gay llamado Bob Caron al ver cómo el siniestro hongo de la explosión nuclear que emergía lenta pero inexorablemente desde la superficie de Hiroshima hacia las capas más altas de la troposfera, amenazando con engullirlos.

Hoy, leí en ABC el testimonio del último superviviente de aquel bombardeo Theodore Van Kirk, expresando que era la manera más humana de acabar con la guerra mundial. Como ya sabéis, suelo alejarme de consideraciones morales sobre la historia, y procuro alejarme bien de los hechos históricos de los que hago para evitar mi influencia o mi corte personal, pero en este caso, no sé si es sarcasmo, sadismo o una verdad dolorosa.

El contexto de la II Guerra Mundial a las alturas de 1945 era muy distinto al que se había desarrollado durante los cuatro primeros años. Las potencias aliadas y la URSS habían logrado destruir y arrasar las defensas nazis, hasta finalmente, arriconarlas y destruirlas sobre Berlin, con la entrada del Ejército Rojo en la capital alemana y el suicidio de Hitler. Es habitual entre nosotros, los europeos, que pensemos que una vez terminó la guerra en el Viejo Continente, ésta había concluido, pero nada más lejos de la realidad. En el otro extremo del mundo, se dilucidaba la hegemonía sobre el Pacífico, en una lucha sin cuartel que estaba empeñando a EE.UU en la sistemática conquista y ocupación de islas en el Pacífico, desalojando a las tropas imperiales japonesas que ofrecían una gran resistencia y tenacidad. Gradualmente, y tras grandes victorias como Midway o Coralinas, las fuerzas estadounidenses fueron consiguiendo sus últimos objetivos, siendo quizás el último gran hito la toma de Okinawa, que le serviría como base para sus bombarderos, con vistas a la última fase: la conquista de las grandes islas de Japón.

Pero esto no era algo tan fácil como se pensaba. Cierto es que las fuerzas japonesas no es que estuviesen mermadas al final del conflicto, sino que casi no existían. Las únicas tropas de las que disponía Japón eran las reservas del ejército, algunas tropas de élite y poco más acompañado de poco material bélico. Ahora bien, lo que sí preocupaba, y con razón, al alto mando americano, era la población civil. Con una tradición de cientos de años de autodefensa y de conocer artes marciales, la población japonesa, dominada por la propaganda imperial, se perfilaba como un obstáculo importante para los planes de conquista americanos. Conquista, que por cierto, los americanos no pensaban afrontar de manera directa, con una invasión al uso por vía marítima apoyada por aire. Los efectivos en el Pacífico de los que disponía EE.UU eran poco más que los necesarios para una invasión rápida sin contratiempos. Así pues, el general MacArthur, tenía ante sí un panorama difícil: con la guerra concluida en Europa y con una población estadounidense cansada del sacrificio económico y militar al que se había visto sometida en los últimos años, era necesario buscar un camino más corto para la resolución final de la guerra. Esto, si os das cuenta, coincide a la perfección con el hecho de que el piloto que os relataba anteriormente, opinase de la misma manera.

Durante la II Guerra Mundial, muchos científicos europeos escaparon del avance nazi por Europa y se marcharon o a la URSS o a USA, engrosando las filas de investigadores que buscaban aplicaciones militares a sus progresos. Entre ellos, nombres muy famosos, como Albert Einstein, pero otros, quizás menos radiantes, pero igualmente decisivos para el curso de la historia como Oppenheimer. El objetivo estaba claro. Antes de que los nazis descubriesen la manera de desatar el poder del átomo, desde Washington se dejaba clara la imperiosa necesidad de conseguir dicho conocimiento. Al amparo de esto, la Guerra Nuclear estaba servida. Oppenheimer coordinaría el Proyecto Manhattan, destinado al desarrollo de la tecnología nuclear, y tras varios intentos localizados en desiertos norteamericanos, finalmente, se buscó la opción de emplear la bomba por primera vez en un escenario de guerra real.

Aquí es donde entraban Hiroshima y Nagasaki.

Ambas ciudades presentaban el perfil claro e idóneo para las fuerzas armadas americanas. Ciudades pesqueras, sin capacidad defensiva antiaérea ni aéreas, que disponían de un tamaño medio y relativamente aisladas. Esto permitía que los B-52 "Stratofortress", que tenían la hegemonía de los cielos nipones desde comienzos del año 1945, campasen a sus anchas. Por tanto, eran un campo de pruebas ideales. En ese sentido, uno de estos B-52, bautizado Enola Gay, en honor a la madre de uno de los pilotos, llevó consigo a Little Boy.

No me extenderé en los testimonios (abundan por Internet y todos son igualmente aterradores), pero aquel lunes 6 de Agosto de 1945, tuvo que ser indescriptible. De hecho, los científicos militares americanos reconocieron que las dimensiones del poderío atómico habían superado sus expectativas. El resultado: 80000 personas murieron instantáneamente en el radio más cercano al centro de la explosión y conforme se alejaba la explosión del lugar, el número se reducía aunque el número de cánceres y de enfermedades congénitas se llevaría por delante a unas cifras de personas realmente impactante.

Exactamente, el día 9 sobre Nagasaki cayó otra bomba, y en pocos días, el Imperio Japonés se rendía y firmaba armisticio con EE.UU. La moral japonesa se había desmoronado ante aquella demostración de fuerza.

Pero al mismo tiempo que terminaba una guerra terrible, se abría la puerta a un período que ya hemos analizado suficientemente en el blog, y que os recomiendo que busquéis si queréis: la Guerra Fría.

Enlaces interesantes:
Noticia de ABC.
Museo para el Recuerdo y la Paz de Hiroshima.
Proyecto Manhattan.

Videos:

No hay comentarios:

Blog Archive