martes, 9 de febrero de 2010

La II Revolución Industrial: reflexiones.


Por seguir con la dinámica del anterior artículo, nos centraremos en un ejemplo actual que pueda explicar hechos pasados de una forma sencilla. Esto suele ser muy efectivo a la hora de dar clases a los chicos.

Fijémonos en el caso de Google. Una empresa formada hace unos doce años por dos estudiantes (Larry Page y Sergey Brin) de la Universidad de Stanford especialistas en ciencias informáticas, que basaron su trabajo de fin de carrera en el desarrollo de un buscador o motor de búsqueda capaz de encontrar la información necesaria para el usuario que buscase alguna página web concreta en el mar de internet. Poco a poco, esta empresa fue desarrollando nuevos productos (fue diversificándose), ofertando nuevas opciones y alternativas a consumidores. Más tarde, se podían buscar imágenes o noticias. Como aparece en un reportaje de la televisión argentina, los trabajadores de Google deben dedicar un 20% de su tiempo de trabajo a proyectos propios. De ahí aparecieron aplicaciones como Blogger (donde se encuentra mi blog) o Gmail, el correo electrónico de Google. La cuestión será que hoy en día, casi casi, Google es internet, puesto que la empresa de Silicon Valley ha copado:
-Visor de Imágenes: Picasa.
-Navegador de Internet: Google Chrome.
-Correo electrónico: Gmail.
-Blogs: Blogger.
-Y todos los servicios derivados del mismo buscador.

Además, Gmail ha comprado otras empresas que en un principio, fueron independientes, y que por su éxito, fueron interesantes. Ejemplos de ello serían Youtube, portal dedicado a la subida de vídeos por sus usuarios, o DoubleClick, empresa dedicada a la publicidad en internet. De tal manera es el poderío de Google, que sus negociaciones llegan incluso a tratos y disputas con países de gran relevancia, como China.

¿Qué tiene que ver esto con la II Revolución Industrial?. Las empresas, las grandes empresas, representantes de grandes inversiones de capital, tendieron a diversificar sus ramas de trabajo, y al mismo tiempo, a concentrarse entre ellas, conformando grandes bloques económicos de un indudable peso en la sociedades de su tiempo y en sus políticas. Daos cuenta de que el montaje de una empresa de fines del siglo XIX no era una cuestión más "casera" como en la I Revolución Industrial, ya que en ésta, la inversión inicial dependa generalmente de capital que las mismas familias podían aportar. Pero en esos tiempos, la inversión inicial era de un gran volumen, que exigía un aumento del crédito bancario, y por tanto, la intervención de la gran Banca en los negocios. Conviene así reducir pérdidas, aumentar beneficios y concentrar en torno a la empresa madre un tejido completo de otras empresas, quizás antaño rivales y ahora engullidas, para que el futuro de la empresa se mantenga.

Así proliferan los juegos de inversiones y compras de acciones, junto al desarrollo de Sociedades Anónimas. Esto, a la postre, servirá para mejoras tecnológicas debido a las competencia entre empresas entre sí, que luchan por conseguir los mejores trozos del pastel económico.

El Caso del Tren de Bagdad (1890).

Uno de los más prolongados episodios del enfrentamiento entre las potencias europeas a comienzos del siglo XX fue la lucha por el control de los ferrocarriles turcos. A la ventajas de carácter económico y estratégico (el acceso al Golfo Pérsico, las comunicaciones entre Europa y Asia…) se unía la posibilidad de alinear al Imperio Otomano en un bando u otro para la con toda seguridad posible I Guerra Mundial.

Entre 1890 y 1903, se desarrolló una auténtica batalla entre los grupos financieros franco-británicos y alemanes, que actuaban respaldados por sus Gobiernos. Finalmente, salió vencedor el Deutsche Bank alemán, que consiguió que se le concediese el trazado de la línea férrea que uniría Europa Central con Bagdad atravesando Estambul.

La alarma cundió en los países rivales. La posición de Gran Bretaña en el Golfo Pérsico y de Rusia en el Cáucaso corrían riesgo. Francia, a la que los turcos debían enormes sumas de dinero, vetó el acuerdo y prohibió a sus ciudadanos que comprasen acciones del ferrocarril turco. Faltos de capital, los alemanes apenas pudieron comenzar los trabajos.

Finalmente, en febrero de 1914, la diplomacia alemana logró que el Gobierno francés levantase el veto a sus capitales. A cambio, las tres potencias de la Entente recibirían la concesión de otros ferrocarriles turcos menos estratégicos.

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