jueves, 3 de diciembre de 2009

La Guerra de Independencia Española (I)

Si tomamos como ejemplo el caso de otros países con una larga tradición democrática, como Francia, observaremos que el día nacional se enclava en un hecho de su pasado de carácter violento y que consagró valores concretos, como el caso de la Toma de la Bastilla el 14 de Julio de 1789 en París. En el caso de España, soy más bien partidario de considerar las jornadas del 2 y 3 de Mayo de 1808 como la verdadera fecha nacional española, pues contra la tiranía de un invasor ensoberbecido por ser “el portador de las Luces ilustradas” aunque fuese a base de cañonazos y fusiles, un pueblo humilde, atrasado e inculto en su mayoría, defendía su tierra contra estos enemigos que se consideraban amigos del pueblo.

Esa fecha marcó el comienzo no sólo de la entrada de España en la Historia Contemporánea en el año 1808, sino el inicio de la Guerra de Independencia española. Seis años de un conflicto devastador, en la que España, en virtud del tratado de Fontainebleu de 1807, fue invadida por Francia bajo el pretexto de que las tropas napoleónicas debían atravesar nuestro país para castigar a Portugal por romper el bloque económico portuario a Gran Bretaña.

¿Cómo era la situación de España previamente?

Política.

España durante el siglo XVIII había sufrido a comienzos de la centuria un cambio dinástico real, que trajo consigo una nueva guerra en la que las potencias extranjeras, por primera vez en muchos siglos, se disputaron el trono español. Tenemos que tener en cuenta que desde las guerras bajomedievales entre los partidarios de Pedro I y Enrique de Trastámara (apoyados por Inglaterra y Francia respectivamente), no tenemos noticias de que otros países se inmiscuyeran en los asuntos internos de España. Así que el comienzo del XVIII supuso una regresión seria en el poderío político español de los siglos XVI y XVII, una consecuencia lógica tras la larga decadencia de los Austrias Menores.

Políticamente, los Borbones, la familia vencedora con el apoyo de Francia, representada por Felipe V de España, se decantarán por unificar los reinos que componían España mediante la promulgación de los Decretos de Nueva Planta, una serie de documentos oficiales que perseguían la unidad lingüística, económica y legal de todo el territorio, fomentando el poder central radicado en la persona del rey y uniformando la Administración. Esto se considera como el verdadero inicio de España como una entidad política mayor y aglutinadora de los pueblos que la conforman. Con mayor o menor ventura, la dinastía borbónica se asentó en el trono y especialmente, a partir de mediados del siglo XVIII, tomó el apoyo de la Ilustración para desempeñar el despotismo ilustrado, teniendo como mayor ejemplo de esto al monarca Carlos III. El reinado de Carlos III sería muy importante para nuestro país, y su interés por nuevas estrategias políticas tendrán grandes éxitos (reordenación urbanística de Madrid, por ejemplo), pero también fracasos sonoros (como el Motín de Esquilache en 1766).
Sin embargo, la muerte de Carlos III en 1788 tendrá mucha importancia, pues su sucesor, Carlos IV, que inició su mandato seguramente con la intención de continuar el ideario de su padre, encontrará graves dificultades, descollando entre ellas que en el año 1789, estallará la Revolución Francesa. Eso, que ocurría justamente en el país vecino del norte, fue un motivo de gran preocupación, pues las ideas ilustradas que los monarcas españoles apoyaban matizadas, habían permitido el desastre para el Absolutismo que ocurría en Francia. Las medidas tomadas rápidamente fueron previsibles: censura de las publicaciones ilustradas, control de las fronteras cerrándolas e impidiendo el tránsito de ciudadanos franceses al reino español y paralización para posterior retirada, de las reformas que se habían contemplado tiempo atrás en política.

La sociedad y economía españolas del siglo XVIII.

La población española del siglo XVIII fue paulatinamente en aumento. Por primera vez en mucho tiempo, nuestro país no se veía envuelto en conflictos de gran envergadura que supusiera un desangramiento constante de la población española, como fueron las campañas europeas durante el Imperio en tiempo de los Austrias. Los primeros censos demográficos se comienzan a realizar en el siglo XVIII. El Catastro del Marqués de Ensenada desvela un país cuya población llega a nueve millones de almas, y aunque el resto de censos posteriores pueden llegar hasta cifras superiores, han de ser tomadas con muchísima cautela (ya que no existían mínimos suficientes estadísticos que puedan permitirnos confiarnos en exceso sobre estos datos). Lo que sí es cierto es que encontramos una sociedad cuyo número de habitantes va en aumento gradualmente, aun con períodos de regresión cada cierto tiempo. La Guerra de Independencia será una tragedia para nuestro país, ya que ese despegue poblacional que había traído consigo además un desarrollo de las tierras en cultivo (aún con muchísimos problemas, pero algo era algo), se verá frenado cuando muchos jóvenes y adultos jóvenes perezcan en el conflicto.
La sociedad española (y para esto, seguiremos al maestro de Historiadores, don Antonio Domínguez Ortiz) cambió a su vez. La sociedad española como la de cualquier otra nación del momento, es una sociedad estamental, basada en la familia, y aunque las relaciones eran claramente disgregadoras, en el caso español, los estamentos no tenían en general una animadversión seria una por otros excesiva. Evidentemente, los españoles de aquel tiempo vivían en el campo en su mayoría, dedicándose a las actividades agrarias para sobrevivir.

El gran problema de la economía del siglo XVIII en España será la perpetuación del mayorazgo. Pero, ¿qué era el mayorazgo? Simplificando, podríamos decir que consistía en un lote de propiedades territoriales pertenecientes a un señor, que pasaban de generación en generación, creciendo con nuevas adquisiciones o heredades pero sin ver nunca el patrimonio original mermado. Está claro que eso conllevó a una concentración de la propiedad en pocas manos creciendo la amortización de tierras que podían ser más productivas. El fundador del mayorazgo dejaba definidos los principios que perseguía, y sus sucesores disfrutaban del patrimonio en usufructo. Para que os hagáis una idea, el fundador estipulaba el proceso de herencia, basada en la línea de los hijos y descendientes varones, y esa voluntad no podía ser quebrada. Lejos de pensar que sólo los ricos podrían fundar mayorazgos, también las fortunas más modestas procuraban conseguir ese objetivo.
Es cierto que los Borbones eran conscientes de que la concentración de la tierra en pocas manos o manos muertas era un peligro para el desarrollo económico de España, y que se echaba a perder el potencial demográfico puesto que no existían suficientes tierras de labor libres para ser cultivadas. Así las cosas, desde el trono se promovieron reformas que a pesar de tener un objetivo positivo, fortalecieron a estos mayorazgos. ¿Por qué? Se procedió desde las autoridades a ceder tierras libres a los concejos o precedentes de los ayuntamientos de los pueblos para que pudieran ser trabajados, pero pronto estos Concejos, pobres por lo general, se vieron obligados a vender esas tierras libres que eran compradas por los ricos propietarios, aumentando así los mayorazgos. En cuanto a la población, los gobiernos borbónicos se esforzaron por favorecer la repoblación de territorios baldíos. Por ejemplo, Pablo de Olavide promovió la repoblación de Sierra Morena, y algunas localidades como La Luisiana en Sevilla fueron fundadas en este momento, como agrupación de otros núcleos de población pequeños anteriores para crear otro mayor.

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