miércoles, 11 de marzo de 2009

Diego de Velázquez y Da Silva (1622-1631: etapa madrileña-primer viaje a Italia).).

Dejamos a Velázquez como Pintor Real de Felipe IV. Primero, agradó mucho su arte al Conde Duque de Olivares, quien le introdujo más de lleno en la Corte de Madrid. Allí, comenzó a trabajar en determinadas obras de diferentes temáticas, siendo su capacidad de retratística la que más atrajo al monarca Felipe IV. Después de un concurso, llegó el éxito para Velázquez, a la edad de veinticuatro años.
Así, realiza su primer gran encargo, real: Baco y los Borrachos. Es una buena muestra de la capacidad de Velázquez no solamente en cuestiones de retratos, o de composición. Es en su capacidad expresiva en cuanto a la plástica y al retrato psicológico de sus personajes. Por ejemplo, no hemos visto anteriormente ningún cuadro en la que un personaje divino aparezca tan de cerca seguido por otros personajes de la vida cotidiana, sacados casi casi de una taberna del siglo XVII. Ambos mundos, tan separados por lo divino y lo mortal, lo puro y lo sucio, aparecen perfectamente conciliados en el óleo de este lienzo.
Justamente, cuando realiza esta obra, llega a Madrid, a la Corte, Pedro Pablo Rubens, el genial pintor flamenco. Este artista, cuya fama residía en la forma de tratar las figuras, los cuadros de gran formato, su temática variada pero siempre elegante y sus clientelas aristocráticas, fue un importante apoyo para Velázquez, ayudándola en ir transformando su tendencia a lo cotidiano hacia algo más elevado socialmente. Para ello, le sugerirá que amplíe su paleta de colores, que los aplique con más dinamismo y que sean más claros, alejándolo del caravaggismo inicial.
De vital importancia, será el viaje que en 1629, por encargo real, hará Velázquez a Italia para la compra de obras de arte para la galería real. Al mismo tiempo, ese viaje servirá a nuestro artista para estudiar más de cerca las obras de Tiziano, Rafael o Miguel Ángel, estando en Roma, la capital de Italia, cerca de un año entero para el estudio de estos dos últimos. ¿Qué le aportará la experiencia italiana?Un mejor estudio de la dinámica de las figuras, de la composición y del equilibrio compositivo, que se ve claramente en la obra realizada en 1630, “La Fragua de Vulcano”. Allí podemos ver la enorme calidad que atesora Velázquez en sus manos, adoptando una temática poco habitual y además, tratándola de una forma bastante poco común. Aunque podemos percibir influencias como las de Tiziano en la elección de la gama cromática, de Rafael en la composición o del modelado de las figuras de Miguel Ángel, sin embargo, podemos ver también que Velázquez no es un “manierista”, en el sentido de que se dedique a reproducir modelos ya existentes. Hay autores que indican una posible influencia del pintor barroco francés Poussin, con el que Velázquez coincidirá en Roma en 1630.En este mismo año, Velázquez realiza La Túnica de José, en la que si observamos, por ejemplo, el suelo y su distribución en cuadrícula, es inevitable retrotraernos a las composiciones del Cincuecento que ya hemos visto antes. Además, fijaos en el tratamiento del paisaje tan propio del Renacimiento, y por otra parte, el retrato psicológico de las figuras, cuando le presentan a Jacob la túnica manchada con la sangre de su hijo José (aunque en realidad, sólo es sangre de macho cabrío). Fijaos la expresión de los ojos de Jacob.

Sin embargo, creo en mi modesta opinión que de este primer viaje a Italia que realiza Velázquez, quizás la obra más llamativa sea La Villa Médicis. Velázquez, que a pesar de ser sevillano, no soportaba bien el calor, se retiró a esta villa para poder estudiar la arquitectura clásica y poder vivir una vida más relajada. Producto de ello, fue la experimentación con la pincelada y el color, cosas que ya había probado en dos bocetos a comienzos de su aventura italiana, y que ahora, va a aplicar en un lienzo. La pincelada se deshilacha, se hace larga, y no se limita a un dibujo, sino a manchas aplicadas de tal manera y con tal gradación de las tonalidades, que describe formas y siluetas que nos permiten adivinar los componentes de la obra. Además, en cuanto al tema compositivo, encontramos lo que se denomina "hortus conclusus", es decir, un esquema compositivo cerrado por la propia escena y los elementos que la componen. Por otro parte, el naturalismo de la obra no refleja una arquitectura impoluta, perfecta, sino que muestra cierta decadencia, con el apuntalamiento de la fachada y los maderos que cruzan el vano principal. Esa técnica que Velázquez ha desplegado en este cuadro precede en casi trescientos años a la técnica impresionista que después van a desarrollar autores como Manet o Monet (El Parasol o la saga de la Nôtre Dame de Paris) en la Francia del siglo XIX…

En 1631, Velázquez vuelve a España, después de haber visitado a José de Ribera “Il Spagnoletto”. Y de esa nueva etapa, nos encargaremos en otro artículo.

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