jueves, 2 de octubre de 2014

El proceso de independencia de Estados Unidos: un antecedente clave.

La independencia de las colonias norteamericanas respecto del poder del Imperio Británico a finales del siglo XVIII fue un ejemplo para el resto de Occidente. Ejemplo por varias y múltiples razones, pero baste señalar una en concreto: la plasmación de los ideales de la Ilustración a la realidad política Hasta entonces, los conceptos elevados de la Ilustración, basados en el empleo de la razón para el conocimiento y el uso de la lógica, difundidos ambos por la educación, habían carecido de una aplicación práctica. Sólo quizás, durante el período político que conocemos como Despotismo Ilustrado, estuvo la Ilustración cerca de una concreción real de sus teorías aunque sin embargo, sus finalidades siempre estuvieron sometidas a la voluntad del monarca de turno (ejemplo de la extraña amistad entre Catalina II de Rusia y Diderot, un incendiario ilustrado que residió un tiempo en la capital del Imperio Ruso, San Petersburgo).

Cierto es que las motivaciones que generaron el estrépito de las colonias americanas no fueron precisamente producto de las ideas. Más bien obedecieron a los prosaicos conceptos del dinero y la economía. Tras la Guerra de los Siete Años, desde Londres, no gustó mucho el grado de implicación y arrojo de los colonos durante las refriegas con los franceses en el norte del Nuevo Mundo. Además, a esto se le añadía la conciencia por parte de la administración imperial de que los comerciantes y hombres de negocios de las colonias desobedecían reiteradamente las prohibiciones indicadas desde Londres enfocadas a la importación de productos (azúcar especialmente). Por tanto, fue cuestión de tiempo que se buscasen nuevos tipos impositivos con los que gravar y por ende, castigar, a la población de las trece colonias en Norteamérica. Dichas medidas generaron un creciente malestar (como "Stamp Act" o ley del Timbre, que incrementaba el coste del papel timbrado tan necesario para contratos y otros tipos de procedimientos administrativos y legales), pero ninguna afectó de una manera tan radical como fueron las medidas referentes al negocio del té. 

Este producto, muy importante en los usos cotidianos y costumbres sociales anglosajonas, poseía un volumen de negocio como podemos deducir enorme. Por ello, los comerciantes e intermediarios  de las colonias rechazaron frontalmente la decisión del Parlamento Británico de permitir a la Compañía de las Indias Orientales la gestión del comercio del té, justamente cuando dicha Compañía necesitaba deshacerse de un gran stock de éste. Este acto fue la última gota que rebosó la taza (de té). Un grupo de patriotas americanos, ataviados como indios, se introdujeron en el puerto de Boston en 1773 y arrojaron por la borda el cargamento de té de los barcos de la Compañía. La posterior represión, desmedida a todas luces, por parte de la administración imperial, exacerbó los ánimos al punto de prender el fuego de la revuelta.

La obra de pensadores como Thomas Jefferson o Tomas Paine influyó de manera decisiva en la manera de gestionar la situación por parte de los representantes de las colonias americanas. Las denuncias y quejas por parte de los afectados se mezclaban con principios ligados estrechamente a la Ilustración, concretamente a las obras de Montesquieu y Rousseau. La firme creencia en el derecho natural y el derecho de los hombres a la felicidad, la libertad y a la vida fueron empleados para reclamar el derecho a la independencia de las colonias respecto del arbitrio y el mal gobierno de Jorge III. Por tanto, invocando esas cláusulas que hoy día forman parte de nuestro ideario y forma de vida, el pueblo norteamericano se alzó en armas contra el poder británico.

En este primer artículo de esta nueva etapa, quiero llamar la atención sobre la tremenda influencia que tuvo la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, de 4 de Julio de 1776, en el devenir de los hechos históricos del siglo XIX. 

Este documento, fiel plasmación de los principios ilustrados, arrancaba con la garantía de una serie de derechos que por ejemplo, en Europa, no se tenían tan claros en la época. Me refiero a los "derechos inalienables" tales como el derecho a la libertad, una libertad que no se correspondía ya con el concepto de la libertad del súbdito, consistente más bien en una confusión de libertad con seguridad. Esto ocurría en la Francia de Luis XV,  donde el Tercer Estado percibía la figura del Rey como un freno frente a los arbitrios de una nobleza díscola constituyendo así una seguridad que estribaba no en la libertad de los individuos, sino en la garantía de que no se empleasen malos usos contra el pueblo. Esto no fue lo que se indicó en Declaración de Independencia de los Estados Unidos, ya que se señalaba la completa libertad del hombre como ciudadano, con derechos y deberes igualmente reconocidos por parte de un poder consciente de que su origen procedía de la soberanía nacional.

Este es otro punto interesante de este documento. Al recalcar que todo pueblo tenía derecho a alterar o abolir un forma de gobierno que fuese tiránica y despótica, se certificaba el principio del pacto social que tiempo atrás Rousseau había desarrollado en "El Contrato Social". La conciencia de que el poder emanaba directamente de un consenso general que partía de cada individuo que conformaba la sociedad fue pura dinamita dirigida justamente contra la base del poder de las monarquías de derecho divino. En el caso que nos ocupa, se empleó para argumentar la disolución de los vínculos que unían al Imperio Británico con las colonias americanas. Quizás podríais pensar que resulta raro que en una monarquía parlamentaria como era la británica en aquellos tiempos se derivasen comportamientos que casi rozaban la tiranía (cargos de los que se acusó a Jorge III). La respuesta era sencilla. El Parlamento Británico representaba los territorios del Imperio en su totalidad, pero a efectos reales, no existían representantes de cada zona que lo integraba. Esta falta de representación fue esgrimida por los colonos para justificar el abandono del gobierno real por su pueblo y por tanto, razón suficiente para proclamar la independencia de forma unilateral.

El alcance de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, redactada por Thomas Jefferson, fue enorme, pero no sólo en su ámbito geográfico más inmediato. Tanto la factura de dicho documento, su presentación, el proceso administrativo de representación por el que se llegó a su redacción final como su contenido hicieron que posible que fuese un modelo a seguir en el resto del mundo occidental. Ese impacto fue aumentado años más tarde cuando en 1787 se proclamó la Constitución de Estados Unidos que certificó y asentó los principios ya presentes en la Declaración. En el caso del Viejo Mundo, el proceso de independencia de Estados Unidos causó conmoción. Carlos III, rey de España, intentó acelerar un programa de reformas en los dominios españoles de Ultramar para evitar lo que había ocurrido a Inglaterra, acabando en fracaso. En diversas cancillerías europeas, como la de Piamonte, ejemplares de la Declaración de Independencia se mantuvieron a buen recaudo como texto valioso para proyectos políticos posteriores. Sin embargo, nada sería tan determinante como el ejemplo que Estados Unidos proporcionó a la burguesía parisina por los albores del año 1789. 

Pero eso ya será otra historia.

Gracias a todos. Vuelvo a ser profesor.


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