miércoles, 22 de septiembre de 2010

La batalla de Alarcos (1195)


17 de Julio de 1195. Castilla La Mancha, en lugar situado a dos leguas de Ciudad Real. Bajo el pleno e inclemente sol que asola la submeseta sur, dos ejércitos se encuentran distanciados entre sí a poco más de un tiro de arco. A un lado, una línea de batalla cuyo eje principal se encuentra en una fortaleza, compuesta de caballeros nobles, campesinos, voluntarios y milicianos. En lado opuesto, y en comparación con el bando enemigo, una masa de hombres armados que conforman un ejército dividido en dos partes. Días atrás se han estado tanteando las fuerzas, pero aún la batalla no ha comenzado.

Por orden del rey Alfonso, el ejército cristiano, que se organiza en base a la fortaleza de Alarcos, avanza hacia el enemigo. Comienzan las provocaciones, los primeros lances y desafíos, pero los almohades no reaccionan, ni se mueven un ápice. Simplemente, permanecen en sus puestos sin actuar. Sabedores de su inferioridad, los cristianos deciden retirarse de nuevo a su posición inicial, lo que conllevó un cansancio extra, debido al esfuerzo del movimiento bajo las pesadas armaduras y el sol manchego. Además, los nervios están pasando factura al bando cristiano. La moral comienza a caer en las filas castellanas, mientras que Abu Yusuf, califa almohade, observa con agrado cómo las tropas enemigas se retiran.

Alfonso VIII de Castilla se encuentra en el interior de Alarcos. Esa fortaleza había sido edificada a toda prisa desde que en verano del año anterior, después de una razzia cristiana en el valle del Guadalquivir que provocó muchos daños, el Califato Almohade declarara la guerra a Castilla tras un breve período de paz. Y no sólo había ordenado levantar aquella fortaleza, sino que además, había intentado repoblarla, pero la dureza del terreno y el peligro de tener al enemigo tan cerca, habían disuadido a los posibles pobladores de hacerlo. Sus planes habían fracasado, por lo que las mesnadas cristianas el día 25 de Junio ya se habían reunido en Toledo para marchar sobre Ciudad Real. Don Diego López de Haro, figura indiscutible del reinado de Alfonso VIII, contempla al monarca preocupado en la sala, rodeado de otros nobles.

Día 18 de Julio de 1195. Al romper el alba, el campamento cristiano bulle de excitación. La línea de batalla almohade ha mostrado movimiento y es muy posible que la batalla se inicie. Cosa que sucede. De un lado, un cuerpo de ejército comandado por el jeque lidera tropas andaluzas, árabes, zenetes y ayzeres, mientras que el califa en persona dirige a su guardia personal, negros y almohades. Los cristianos confían en poco más que un milagro, basando su solidez en la fortaleza. Los caballeros castellanos se lanzan a la carga, entablándose un combate cuerpo a cuerpo durante horas, sin resultados. Pero la jornada deparará una dura lección para los cristianos.

El modo de luchar en la Europa Medieval era muy simple, y se basaba en la fuerza del caballero, quien embutido en su coraza y en su caballos de batalla, se lanzaba a toda velocidad para atravesar al enemigo. El Caballero medieval sería todo lo parecido a un tanque actual. Sin embargo, su contrapartida, y es lo que se aprenderá en esta ocasión, será un humilde jinete musulmán, quien apenas equipado con ropas ligeras y con extraordinario dominio del arco y la flecha sobre un corcel pequeño, evitará entablar combate, lanzándose por los extremos o flancos del enemigo y a distancia, asatearlo y desgastarlo con sus proyectiles. Muchos caballeros perecieron en aquella batalla. De hecho, cinco mil personas fueron cautivas, después de que la caballería ligera almohade flanquease al enemigo y lo atacase por detrás, rompiéndolo por completo.

Alfonso VIII, rey de Castilla, había jurado morir en combate, pero sólo la intermediación de don Diego López de Haro evitó lo peor. Éste, exponiendo su vida, ordenó a otros nobles que trasladaran al monarca y lo llevasen a Toledo cuando la fortaleza estaba cayendo. Los almohades tomaron la fortaleza e hicieron preso al noble de Durango, aunque fue liberado poco más tarde ya que un noble traidor, don Pedro Fernández de Castro, intercedió por él ante su señor, el Califa.

Las consecuencias de Alarcos fueron preocupantes. Castilla quedó sobrecogida por el terror, sobre todo cuando restos de tropas almohades aparecieron en el horizonte de Toledo amenazantes. Desde entonces, parecían resucitar los fantasmas de que los musulmanes, a través de sus incursiones, pudieran recuperar el terreno perdido que a los cristianos les había llevado cientos de años reconquistar. Además, en cadena, se perdieron otras fortalezas, como Caracuel, Benavente, Calatrava o Malagón. Y para colmo, Alfonso VIII es consciente de su debilidad internacional. Ningún otro reino cristiano se apresta en su auxilio.

Duros tiempos para Castilla.

Información extra:

Estudio arqueológico de las batallas de Alarcos y Las Navas de Tolosa.
Cómo eran las batallas medievales.
Batalla de Alarcos jugada con Medieval Total War 2.

2 comentarios:

Pili Mata dijo...

muy muy ilustrativo y muy bueno..gracias por acercar un cachito de la historia de España en general y de la Mancha en particular a todo el mundo

Antonio Miguel Martín Ponce. dijo...

Hola Pilar.

Muchas gracias por tu comentario. Lo importante es hacer que la gente descubra la Historia en general,sobre todo, episodios tan trágicos como éste que de haber transcurrido en USA, tendrían varias películas hechas.

Un saludo.

Blog Archive