Siempre que se menciona a Napoleón, vienen a nuestra memoria relatos de batallas de principios del siglo XIX en el que dos bandos se baten bajo el fuego de sus rifles entre la humareda de los cañones, o bien, algo de que fue el primer emperador europeo de los tiempos contemporáneos. Bien, esto es así, y poco se puede hacer por evitar otra visión del personaje histórico. Pero hoy, pretendo mostraros otra faceta de Napoleón, quizás menos apasionante, pero si mucho más influyente hasta el punto de que hoy en día, nuestro mundo actual, es imposible de explicar sin el general corso.
Porque Napoleón fue el primer exportador de los ideales de la Ilustración y de la Revolución al exterior de la misma Francia, prendiendo con el fuego revolucionario las ropas del Antiguo Régimen que imperaba en las demás potencias europeas de la época. Quizás convendría precisar que Napoleón dio un vuelco inesperado al devenir de los hechos durante la Revolución, convirtiendo los ideales de ruptura de 1793 bajo la Convención Jacobina en otros mucho más moderados propios de los Girondinos. Pero no debemos perder de vista que incluso esa vuelta de tuerca moderada no dejaba de ser un peligro para cualquier gobernante del Antiguo Régimen. Es por esto que como ya expondré más adelante, cuando los pueblos conquistados o cuyos gobernantes habían sido designados por Napoleón se liberen del yugo francés, iniciarán un camino que con mayor o menor éxito, les conducirá a través del siglo XIX hasta la consecución de las democracias modernas, abuelas o madres de las nuestras hoy día. Pero además, no podemos despreciar el hecho de que Napoleón, directa o indirectamente (queda a debate de los especialistas), favoreció el auge nacionalista en Europa. Por ejemplo, el caso español. No existían precedentes de nacionalismo español previamente a 1808 y los famosos días del 2 y 3 de Mayo en Madrid. La intervención francesa en la capital y el “secuestro” de la Familia Real (entrecomillo porque no conozco casos de secuestros consentidos) fueron los detonantes para que el nacionalismo español viniese al mundo. Así mismo, algunas nacionalidades como checos, húngaros, eslavos, italianos o alemanes al quedar bajo el área de influencia napoleónica, asumirán los principios directos de la Ilustración referentes a la soberanía nacional. Esto será un arma que se esgrimirá durante los procesos de unificación en Italia o Alemania o en los de independencia de checoslovacos, húngaros, rumanos o búlgaros en su lucha contra los imperios Austrohúngaro u Otomano.
Tras la derrota de Waterloo, Napoleón es enviado a la isla de Santa Helena en mitad del Océano Atlántico donde los investigadores consideran que fue envenenado lentamente por su cocinero. Sin embargo, quizás el veneno lo había introducido Napoleón en las arterias políticas de Europa mucho antes. Las potencias vencedores (Gran Bretaña, Austria y Prusia, a las que se sumó más tarde Rusia) diseñaron un sistema por el que se devolvería la tranquilidad política a sus respectivos países mediante la restauración de los principios del Antiguo Régimen que además, estaría garantizado por una serie de alianzas militares que permitirían a los vencedores de Napoleón poder intervenir en aquellos países que se escorasen demasiado hacia el liberalismo. Este sistema, cuyo padre fue el secretario Metternich, fue denominado Restauración, un término ligado con fuerza al concepto de reacción política, entendida como una vuelta atrás para retomar anteriores posturas políticas. La cuestión es que después del Congreso de Viena de 1816, parecía que nada había ocurrido y que todo transcurriría bien, pero era un craso error. Para que me entendáis, la Restauración era un saco hecho con tejidos del Antiguo Régimen para ocultar el hecho revolucionario, pero este saco estaba repleto de costuras mal cosidas que con la fuerza del tiempo y de las ideas, acabaron por reventar y ceder. Algunas de estas costuras tienen fecha de caducidad, y se conocen como REVOLUCIONES LIBERALES.
En 1820, en España triunfa el golpe del teniente Riego y se implanta de nuevo el liberalismo. Sin embargo, en un alarde fuerza la Santa Alianza (conformada por Austria, Rusia, Prusia y más tarde Gran Bretaña) destruyó el Trienio Liberal español con el envío de los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército absolutista al mando del Conde de Angulema. Pero en el caso de Grecia, en 1821, se logra la independencia del Imperio Otomano (conflicto en el que el mismo Lord Byron tomará parte muriendo de un balazo). Ése éxito nacionalista marcaría una cabeza de puente para años posteriores. Concretamente, en 1830, segunda etapa de las revoluciones liberales, con éxito en la Francia de la Restauración, en la que el Congreso de Viena había traído de nuevo a los Borbones. Quizás el carácter fuertemente absolutista de Carlos X aceleró el proceso, pero finalmente, Luis Felipe de Orleans (primer rey que vistió corbata, siendo conocido por ello como Rey Burgués) sería el último rey francés hasta hoy. En el caso de Bélgica y Holanda, dos países unidos por la fuerza según Viena y totalmente contrapuestos (Bélgica católica y Holanda protestante), consiguen separarse con el triunfo de la independencia belga en 1830. Es curioso destacar el hecho de que el concepto libertad en los países que van a encontrar la independencia en esta época es sinónimo de nación (caso de los revolucionarios belgas, que gritaban Viva la Libertad durante sus manifestaciones).
Sin embargo, 1848 y sus oleadas revolucionarias que conforman la tercera oleada de manifestaciones contra el Antiguo Régimen acabará con gran parte del poderío absolutista en Europa Occidental. En Francia, Luis Felipe de Orléans derivó en una política fuertemente conservadora que le llevó a ser derrocado y que se proclamase la II República francesa. En el Imperio Austrohúngaro, las nacionalidades oprimidas de checos, húngaros… permitirán de manera indirecta que los Estados de la Confederación Germánica posean su primer parlamento.
Con todo esto, creo haber justificado la importancia de Napoleón desde un punto de vista político y de influencias ideológicas, y además, planteo una cuestión algo espinosa y polémica hoy día en la historiografía. ¿Puede un hombre cambiar la Historia? Puntualmente, creo que sí. No todo lo determina el materialismo histórico.
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