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Sobre 1211, en aquella Al-Andalus controlada por el poder almohade (una tribu fanática del norte de África que domeñó a los pueblos del Rift antes de meter en cintura a los segundos reinos taifas peninsulares), tiene lugar la reunión de un ejército muy numeroso compuesto por casi 200.000 hombres de múltiples etnias, cuyo objetivo era probar las defensas cristianas. En respuesta, Alfonso VIII de Castilla articuló una serie de expediciones punitivas sobre Murcia o zonas al sur de Toledo (Torre de Guadalerza) para contener la ola enemiga. Sin embargo, el ejército almohade llega hasta la frontera y allí conquista la fortaleza de Salvatierra, poniendo en peligro el sistema defensivo precario que tenían los castellanos en la Transierra.
La situación era muy complicada. El infante Fernando muere de fiebres, lo que complica aún más la situación del trono castellano. El avance almohade era preocupante, pero los castellanos habían logrado llevar a buen puerto una nueva estrategia: no mostrar combate abierto a los musulmanes y centrarse en la defensa de castillos y torres y el refuerzo de tropas. Era obvio que en relativo poco tiempo tendría lugar una batalla decisiva para el futuro de España.
Ayuntando mesnadas.
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Durante el mes de mayo, se convocaron a las mesnadas nobiliarias, las milicias concejiles (aquellas tropas reclutadas por los concejos de los pueblos y ciudades) y las Órdenes Militares a Toledo, mientras el arzobispo primado Rodrigo Ximénez de Rada buscaba apoyos en el resto de Europa. En Francia, el recibimiento fue frío, mientras que en la Provenza, don Rodrigo fue acogido calurosamente y con cierto apoyo militar. El mismo monarca castellano a través del obispo de Segovia envió al papa Inocencio III una misiva en la que le pedía que el tratamiento de Cruzada para lo que estaba ocurriendo en Castilla. Al poco tiempo, Roma convocaba Cruzada.
Como solía ser normal, caballeros de Europa acudían al lugar donde se había convocado la cruzada, y para los peninsulares, esas tropas eran conocidas como ultramontanas, por proceder más allá de los Pirineos. Unos dos mil caballeros, diez mil jinetes y cincuenta mil peones se hospedaron en Toledo y después en la residencia de descanso de Alfonso VIII, La Huerta del Rey. Daos cuenta del enorme esfuerzo económico que suponía aquella empresa, pues una ciudad relativamente pequeña para nuestros cánones demográficos actuales como era Toledo, se vio de repente con una población nueva que la multiplicaba varias veces. El sueldo era la unidad monetaria de la época, y para que os hagáis una idea, mantener un caballero costaba veinte sueldos mientras que un peón sólo cinco. Por si era poco, las tropas aragonesas del valiente rey Pedro II de Aragón se unieron al ejército cristiano. Navarra, cuyo monarca Sancho VII se negaba en un principio a participar, se implicó en la lucha. Sin embargo, León, bajo el reinado de Alfonso IX, primo del rey castellano, se negó a combatir, y Portugal también, debido a que el reino leonés estaba atacando posesiones portuguesas.
El ejército castellano sale de Toledo.
Finalmente, el 20 de Junio de 1212 las tropas cristianas parten dirigiéndose hacia el sur y reconquistando fortalezas que tras Alarcos habían quedado en manos de los almohades. En la manera en que se tomaban estas fortalezas comenzaron las primeras disensiones entre los cristianos. Era costumbre en la Península que cuando se conquistaba una fortaleza, excepto en casos muy contados, dejar a la población del lugar salir sin daños, pero para los efectivos ultramontanos eso era una locura puesto que era necesario sembrar el terror en el enemigo. Ya el 24 de Junio, cuando los cristianos tomaron Malagón, pasaron a cuchillo a todos los habitantes de la fortaleza, dejando con vida sólo al alcaide y sus dos hijos. Alfonso VIII, sabedor de que necesitaba el mayor número de tropas posibles, pasó por alto aquello, pero dos días despúes, la cosa fue a peor. Aragoneses y castellanos lograron convencer a los francos y a los alemanes para que no llevasen a cabo más tropelías. A duras penas, los ultramontanos aceptaron, pero argumentaron que si encima de haber venido lejos y pasar el terrible calor que había en la meseta castellana por aquellos tiempos, no se les permitiría obtener botín, se irían. Aquello explotará por fin el 1 de Julio, cuando Alfonso VIII, a pesar de las peticiones ultramontanas, permitirá a los habitantes de Calatrava (fortaleza que se rindió tras un duro asedio) que puedan partir en paz. Entre 60.000-80.000 efectivos abandonaron el ejército cristiano en protesta. Los ultramontanos en su marcha amenazaron con acercarse a Toledo y saquearla, pero la guarnición de allí los disuadió y mientras marchaban hacia el norte, la población de la ciudad desde las murallas les increpaba y gritaba.
Entre el 5 y 6 de Julio, las mesnadas cristianas toman Alarcos, Caracuel y Benavente. Para el día 9 de Julio se habían pensado en ir sobre Salvatierra, pero se prefirió marchar sobre el paso del Muradal.
Sin embargo, al otro lado del paso, les estaban esperando.
El paso del Muradal.
Ambos ejércitos, el almohade y el cristiano, quedaron separados por un pasillo de veinte kilómetros. Sobre el 13 de Julio, la noticia de que los moros habían tomado el puerto de Losa (de donde viene la mala interpretación del nombre de esta batalla) preocupó a los cristianos. Había dos opciones a debate en la tienda del rey en el campamento: retirada hacia Toledo y resistir allí o buscar una ruta alternativa. En este caso, y parecido a las Termópilas, un pastor indicó a los cristianos un sendero de pastores que los moros no conocían y que les permitiría sorprender a sus enemigos. Este hecho se recoge tanto en la Crónica de los Reyes Latinos como en los Anales Toledanos.
La Batalla de las Navas de Tolosa.
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Las consecuencias de esta batalla.
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El día después de la batalla, las armas de los enemigos fueron destruidas y en los días 18,19 y 20 Vilches, Ferral, Baños, Tolosa y Baeza acabaron de nuevo en manos cristianas. La ciudad de Úbeda fue tomada tras un largo asedio que culminó el 22 de Julio y sus bienes inmuebles adjudicados a Pedro II de Aragón. Todo esto servirá para que las tropas cristianas dispongan de unas bases consolidadas en la cabecera del Guadalquivir que permitirán más tarde, en tiempos de Fernando III de Castilla, las razzias sobre Córdoba, Sevilla o Jaén. Conviene precisar también que una serie de pestes y hambrunas hicieron peligrar dichas bases, situación que se agravará cuando Alfonso VIII muera en 1214.
Económicamente, las consecuencias de esta batalla fueron inesperadas. Sólo con las riquezas que el mismo califa llevó al campo de batalla en su tienda (costumbre arraigada los orígenes tribales de los almohades), los precios de la feria de Champaña (una de las más importantes de Europa) bajaron enormemente.
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Jesus Fidelis
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