miércoles, 5 de agosto de 2009

La Catedral de Granada de Diego de Siloé (1523-1704).

Quizás cuando hablamos de la ciudad de Granada, a todos se nos vienen a las mientes las imágenes del Albaicín, la panorámica de la urbe desde la Torre de la Vela, el Patio de los Leones o el de los Arrayanes. Pero no podemos olvidar que en Granada, en su centro histórico, se encuentra una obra maestra de la arquitectura clásica renacentista española: la catedral.

En un principio, en tiempos de los Reyes Católicos, se pensó en establecer la catedral en una iglesia cercana. Sin embargo, ese templo había quedado lejos de las expectativas de los monarcas, por lo que se cedió a la orden franciscana y se traspasó la sede catedralicia a la iglesia de Santa María de la O, a la muerte de Isabel la Católica. Aún así, ése no sería el emplazamiento definitivo. Hubo mucho interés en crear un templo con la suficiente magnificencia para hacer justicia a sus regios promotores. No será hasta que ya en tiempos de Carlos I, el Emperador, éste se encargue de dar el empuje necesario para la realización de las obras (incluso interviniendo en las ideas del mismo Diego de Siloé), apostándose por un templo de nueva planta y una capilla real. Las obras comenzaron a realizarse en el centro de la ciudad, frente a la primitiva Universidad y el Cabildo Municipal.

Estas primeras obras fueron ejectuadas por Enrique de Egas, pero éste pronto tuvo conflictos con el diseño del alzado de la Catedral a la hora de casarlo con la Capilla Real. Más tarde, Carlos I encargaría el proyecto a Diego de Siloé.
La historia de los comienzos de la planificación de la catedral de Granada fue algo sobresaltada. En un principio, el proyecto presentado por Enrique de Egas era muy parecido al empleado en la catedral de Toledo. Tenía cinco naves y una doble girola, que alternaba modelos triangulares y rectangulares en sus tramos, con un fuerte componente gótico. Sin embargo, parece ser que al Cabildo Catedralicio no le agradó demasiado, aunque en 1523 las obras comenzaron a pesar del poco convencimiento capitular. Al cabo de cinco años, el Cabildo decidió prescindir de los servicios de Egas y contratar a Diego de Siloé, que por entonces estaba trabajando cerca de allí en la iglesia de San Jerónimo. Ni aún así esto pudo realizarse sin impedimentos. Fue necesario que Diego de Siloé personalmente convenciese a Carlos I (que apostaba por el proyecto de Egas) para que le permitiese proseguir con las obras aunque fuese sobre una planta gótica, como el monarca exigió. Unos 35 años más tarde del placet imperial, Diego de Siloé moría dejando terminada la cabecera del templo. A partir del óbito de Siloé, se sucedieron varios arquitectos (Juan de Maeda, Asensio de Maeda, Lázaro de Velasco, Juan de Orea y Ambrosio de Vico) que se encargaron de cerrar los abovedados, concluir la torre y cerrar la fachada principal (que fue diseñada por Alonso Cano).

Una de las cuestiones que más llama la atención de los especialistas fue el conjunto de soluciones que Siloé ideó. El primer problema consistía en solventar cómo unir la nave mayor (de plano gótico) con el presbiterio (de modelo más renacentista) algo que consiguió mediante arcos de caras distintas. Por otro lado, los pilares eran recios y góticos, por lo que para adaptarlos a los cánones renacentistas tuvo que recurrir al empleo del estilo corintio. Los pilares arrancan de un plinto alto, y en sus cuatro caras presentan medias columnas. Así mismo, en la parte superior del pilar, existe un entablamento de cuatro caras del que surge a su vez un pilar que conecta con las bóvedas, de tracería gótica. En el caso de la Capilla Mayor, encontramos dos órdenes superpuestos corintios, y en la parte superior, cuerpos de luces en dos niveles permiten dotar al interior de luminosidad.

La planta del edificio es clara. Posee una gran capilla mayor, con una girola o deambulatorio que permitía seguir desde cualquier punto la liturgia en el altar, que se une a un cuerpo de cinco naves con capillas laterales anexas. Se incluyeron dos cruceros que rompieron la dinámica clásica gótica del templo en su planta. El crucero principal une las puertas del Perdón con la puerta de la Capilla Real y el segundo crucero la Puerta de San Jerónimo con la del Sagrario, pero diversos problemas arquitectónicos en siglos posteriores debido al empleo de la bóveda oval hicieron que este segundo crucero desapareciese. En cuanto a los elementos sustentados, podemos relacionar algunos aspectos de la Catedral de Granada con la de Jaén, como el uso de bóvedas vaídas en la girola.

Mención merecen las puertas del recinto religioso. En la portada del crucero se encuentra la Puerta del Perdón, ideada por Diego de Siloé en 1536. Dispone de dos cuerpos superpuestos separados por un entablamento. En su calle central, encontramos arcos de medio punto flanqueados y separados por tanto de los laterales mediante columnas pareadas exentas. En el caso del cuerpo superior, encontramos un frontón partido en la cima del arco. Acostadas sobre el cuerpo del arco, encontramos la Fe y la Justicia que fueron restablecidas por los Reyes Católicos en Granada. En estas calles laterales observamos exedras (dos en la parte inferior y una en la superior), sobresaliendo los contrafuertes de las capillas laterales con muros recios y el escudo imperial. En la fachada principal, Alonso Cano (que vimos por encima en su faceta de pintor en el Barroco) asumió la factura de un bello cuerpo de arquitectónico de tres arcos del Triunfo altos que inevitablemente, rezuman recuerdos a San Andrés de Mantua de Leon Battista Alberdi (estudiado en un artículo mío anterior). El arquitecto incorpora un entablamento que corta por su mitad la fachada. Óculos se establecen en el centro de cada uno de los seis segmentos de la fachada, mientras que la parte superior es rematada por estípites. En un principio, el diseño de la fachada se basaba en la dureza y la sencillez del muro desnudo, pero posteriormente, algunos escultores añadieron estatuas, relieves y medallones. A la derecha del trabajo de Cano, encontramos la torre inacabada en tres cuerpos ideada por Juan de Maeda.
Ni que decir queda que merece la pena visitarla.

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